Un día cualquiera de la primavera de 2016, en la cocina de la resistencia ecologista del bosque milenario de Hambach, en Alemania, vi una pegatina con el dibujo de una vaca donde se leía el lema Ich bin keine maschine. “¿Qué significa?” pregunté. “No soy ninguna máquina”, dijo el chico que me guio hasta el bosque. Seguí charlando con ese joven biomédico y, dada su formación, creí oportuno preguntarle si sería posible crear leche de laboratorio, una máquina de verdad que produjera leche de verdad sin vacas ni cabras explotadas. “Algún día, sí”
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