Recuerdo a un miembro de una de las primeras familias de Nueva York (la primera a la derecha, conforme se entra en la Décima Avenida) que puso en sus invitaciones: «No es preciso vestirse».
Por desgracia, una de las invitadas, una dama encantadora, excelentemente modelada, tomó la advertencia al pie de la letra.
(Quisiera saber por qué habré puesto «Por desgracia».)
Normalmente, para una mujer, resulta adecuado llevar un sencillo traje de tarde por la tarde y un traje de noche por la noche.
Respecto a los hombres, el problema es, aún, menos delicado.
La corbata negra resulta siempre apropiada, siempre y cuando no se prescinda del cuello.
En cuanto al frac y el chaqué, no sé por qué, pero me sugieren la idea de un rabo parecido al de los perros.
El gorrón experimentado procura ser siempre el primero en sentarse a la mesa.
Así, si el vecino de uno u otro lado no son de su agrado, tiene tiempo de cambiar las tarjetas de sitio.
De ser sorprendido en la operación, es mejor no exponer las razones que le impulsaron a hacerlo.
Es preferible adoptar una actitud constructiva, observando alegremente:
—Se trata simplemente de que deseo sentarme junto a la condesa Rittenhouse. Los amigos del club me dijeron que uno se desternilla de risa cuando consigue hacerla beber unas cuantas cervezas.
(Es de pésimo gusto añadir al final, «¿Eh, condesa?»)
Nos ocuparemos ahora de los platos.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la ensalada queda a nuestra izquierda, que, a menos que se trate de espárragos, no debe cogerse con los dedos.
El plato de la derecha (condesa Rittenhouse) no debe de tocarse bajo ningún concepto.
Si la comida que se nos ofrece no es de nuestro agrado, no es discreto gruñir ni comentar que mejor hubiéramos comido en casa, sin tener que esperar a las nueve menos cuarto de la noche.
Tampoco es prudente hacer observaciones que impliquen una velada amenaza, tales como, por ejemplo:
—Madame, si esta bazofia me produce dispepsia, le mandaré mi abogado mañana por la mañana.
(Si la dispepsia se produce realmente, basta con que los abogados concierten una indemnización adecuada.)
Sin embargo, todo esto puede evitarse, si le decimos a la anfitriona con la mejor de nuestras sonrisas:
—Querida Elsa, a trancas y barrancas he podido tragarme la sopa y la ensalada, pero este potingue es superior a mis fuerzas. ¿Por qué no manda que me frían un par de huevos?
Si se baila en la fiesta, el verdadero gentleman no se propasará con su pareja ni intentará besarla, sobre todo cuando la dama en cuestión exija la presencia de un guardia a grito pelado.
En casos como éstos, hay que ser comprensivo y tolerar con indulgencia el atractivo que para las mujeres representa siempre el uniforme.
La mayor parte de las jovencitas no aceptan determinadas promiscuidades.
(De no ser así, será que yo he tenido verdadera mala suerte.)
Por ello, es conveniente que aprendan a contener el eventual manoseo de un caballero, sin llegar a ofender su dignidad.
En casos tales, es aconsejable alguna observación de tipo personal, como, por ejemplo:
—¿No le han dicho nunca que parece usted un pulpo?
Groucho Marx, "Memorias de un amante sarnoso."
"Sin censura, la opinión pública puede confundirse terriblemente".
General W. Westmoreland (Comandante en jefe de operaciones militares estadounidenses en la Guerra de Vietnam de 1964 a 1968).
Qué equipaje tan pesado ¿No podría dejarlo aquí apoyado?
¡Por favor, sólo un instante! Volveré aquí a buscarlo
Si pudiera andar sin él, no viviría tan cansado
Qué equipaje tan pesado, qué equipaje tan pesado
Es raro, cuando más henchido está, el camino es más liviano
Cuando lo arrastro vacío es como llevar el mundo atado
¡Cómo fatiga el cuerpo entero algo que cabe en una mano!
Qué equipaje tan pesado: con el corazón a todos lados.
Rafael Lechowsky, Quarcissus, Acto III: El Diario (Escena Segunda)
Cuando tenía siete años me marché de la Ciudad Embajada. Me despedí de mis padres y de mis ciclohermanos. Regresé a los once años: casada; no exactamente rica, pero con algunos ahorros y algunas propiedades; con ciertos conocimientos de lucha, de cómo obedecer órdenes, de cómo y cuándo desobedecerlas; y de cómo inmersar.
Se me daban medianamente bien varias cosas, pero solo destacaba en una. No era la violencia. Eso es un riesgo cotidiano de la vida portuaria, y en el tiempo que había pasado lejos solo había perdido algunas peleas más de las que había ganado. Parezco más fuerte de lo que soy en realidad, siempre he sido bastante rápida, y, como a muchos luchadores regulares, se me daba bien fingir más destreza de la que tenía. Podía evitar confrontaciones sin parecer cobarde.
Se me daba mal el dinero, pero había acumulado cierta cantidad. No podía afirmar que mi verdadera habilidad fuera el matrimonio, pero se me daba mejor que a muchos. Anteriormente había tenido dos maridos y una esposa. Los había perdido con motivo de cambios de predilección, sin rencor (como digo, no se me daba mal el matrimonio). Scile era mi cuarto cónyuge.
Como inmersora ascendí hasta los rangos a los que aspiraba: los que me aseguraban cierto caché y ciertos ingresos y, al mismo tiempo, me ahorraban responsabilidades fundamentales. En lo que descollaba era en la técnica vital que combina suerte, pereza y cara dura y que llamamos orgulencia.
Creo que fueron los inmersores quienes acuñaron ese término. Todos somos un poco orgulantes. Todos llevamos un demonio sentado en el hombro. No todos los que tripulan aspiran a dominar la técnica —hay quienes quieren capitanear o explorar—, pero, para la mayoría, la orgulencia es indispensable. Hay gente que lo considera mera indolencia, pero en realidad es una técnica más activa y con más matices. Los orgulantes no le temen al esfuerzo: muchos tripulantes se esfuerzan mucho para embarcar antes que nadie. Yo, por ejemplo.
China Miéville, "Embassytown. La Ciudad Embajada."
(Risas)
... Me sentí invadido entonces por una sospeche lúgubre: ¿y si, después de todo, los seres vivientes no fuéramos nada más que esos restos de papel? ¿No hay acaso un "viento" invisible, misterioso, que nos arrastra aquí o allá, determinando nuestras acciones, mientras en nuestra ingenuidad creemos gozar de libre albedrío? ¿Y si la vida que hay en nosotros no fuera más que un inexplicable remolino de viento? Ese viento del que la Biblia dice: "Oyes el sonido, pero no puedes decir de dónde viene y adónde va?". ¿No soñamos a veces que hundimos nuestras manos en aguas profundas y atrapamos peces de plata, cuando no es más que una corriente de aire frío que resbala sobre nuestras manos?
El Golem - Gustav Meyrink
Había una vez un bibliotecario que utilizaba su puesto para mejorar su vida erótica. Revisaba las fichas de las mujeres que le gustaban comprobando qué libros habían pedido en préstamo y, con ese dato, se consideraba capaz de saber cómo abordarlas y cómo conseguirlas. Porque las preferencias a la hora de elegir lecturas son una confesión de primer nivel. Revelarlas e spoco menos que desnudarse.
Y no le fue mal.
El club Dante. Dragan Velikic
6 Casi todo el mundo estará de acuerdo en que vivimos en una sociedad profundamente problemática. Una de las manifestaciones más extendidas de hasta que punto se ha desquiciado nuestro mundo es el fenómeno al que llamaremos izquierdismo, por lo que un acercamiento a la psicología del izquierdismo nos puede servir de introducción al debate de los problemas de la sociedad moderna en general.
7 Pero, ¿qué es el izquierdismo? Durante la primera mitad del siglo XX se podía identificar, en la práctica, con el socialismo. A día de hoy, el movimiento está tan fragmentado que ya no está claro a quién se le puede llamar propiamente izquierdista. Cuando hablamos en este ensayo de izquierdistas nos referimos principalmente a socialistas, colectivistas, "políticamente correctos", feministas, activistas en favor de los derechos de los homosexuales y los discapacitados, activistas por los derechos de los animales y grupos similares. Pero no todos los que se encuentran próximos a estos movimientos son izquierdistas. Lo que intentamos poner de manifiestgo es que el izquierdismo no es tanto un movimiento o una ideología como un tipo psicológico, o, mejor dicho, una colección de tipos psicológicos similares. Así, el significado de la palabra "izquierdista" se mostrará más claramente en el análisis de lo que es la psicología izquierdista.
8 De todos modos, el concepto de “izquierdista” se nos escapa, y reconocemos que no conseguimos dejarlo tan claro como nos gustaría, con loq ue hemos tenido que conformarnos con buscar una imagen aproximada de las dos tendencias psicológicas que creemos son las principales fuerzas conductoras del izquierdismo moderno, sin entrar a juzgar hasta qué punto estas tesis son aplicables al izquierdismo del siglo XIX y principios del XX.
9 Las tendencias psicológicas que subyacen en el izquierdismo moderno sin principalmente dos y las llamaremos "sentimientos de inferioridad" y "sobresocialización". Los sentimientos de inferioridad son característicos de cualquier izquierdismo, mientras que la sobresocialización es sólo característica de un determinado segmento del izquierdismo moderno, muy influyente.
10. Cuando hablamos de "sentimientos de inferioridad" no nos referimos solamente a los sentimientos de inferioridad en el sentido estricto, sino a todo un conjunto de rasgos psicológicos similares y relacionados entre sí: baja autoestima, sentimientos de impotencia, tendencias depresivas, derrotismo, culpa, autoaborrecimiento, etc. En nuestra opinión, una parte importante de los izquierdistas modernos tienden a experimentar este tipo de sentimientos de manera más o menos reprimida, lo que resulta de la máxima importancia a la hora de caracterizar otras facetas del izquierdismo moderno.
11 Cuando alguien interpreta como despectivo casi todo lo que se dice sobre él (o sobre los grupos con los que se identifica), tenemos que pensar que esa persona sufre de sentimiento de inferioridad o baja autoestima. Podemos observar que esta tendencia se acentúa entre los defensores de los derechos de las minorías, tanto si pertenecen como si no a la minoría cuyos derechos defienden. Por lo general se trata de personas hipersensibles a las palabras usadas para designar a éstas minorías y sobre cualquier calificativo que se exprese sobre ellas. Los términos "negro", "oriental", "discapacitado", "pollito" para un africano, un asiático, una persona imposibilitada o una mujer, no tenían originariamente una connotación despectiva. "Broad" y "pollito" eran simplemente los equivalentes femeninos para "tío", "chaval" o "mozo". Las connotaciones negativas se han añadido a esta palabras a posteriori, y, a menudo, las han añadido los propios activistas. Algunos defensores de los derechos de los animales han llegado incluso a rechazar la palabra "mascota" e insistir en que se cambie por "animal de compañía". Algunos antropólogos izquierdistas llegan incluso a no querer decir nada que pueda ser interpretado como negativo sobre los pueblos primitivos : quieren reemplazar la palabra "primitivo" por "iletrado". Parecen casi paranoicos sobre cualquier cosa que pueda sugerir que alguna cultura primitiva es inferior a la nuestra. ( Y nosotros no queremos decir que las culturas primitivas sean inferiores a la nuestra, sino que nos gustaría mostrar la hipersensibilidad de estos antropólogos).
30 Por supuesto que no estamos diciendo con esto que lo izquierdistas, iCiertamente no postulamos que los izquierdistas, incluso los del tipo sobresocializado, no se rebelen nunca contra los valores fundamentales de nuestra sociedad. Sin duda, lo hacen a veces. Algunos izquierdistas sobresocializados han ido incluso demasiado lejos, hasta rebelarse contra uno de los principios más importantes de la sociedad moderna, llegando a la violencia física. Cuando ellos la practican, la consideran una liberación. O dicho de otro modo: cometiendo violencia se liberan de las restricciones psicológicas que han sufrido en su interior. Precisamente porque están sobresocializados, estas restricciones han sido más limitantes para ellos que para el resto y por lo tanto sienten a veces una necesidad más imperiosa de liberarse de ellas. Pero normalmente, justifican su rebelión en los mismos términos y con los mismos valores que utiliza la corriente de opinión principal. Si participan en actos violentos afirmarán estar luchando contra el racismo o algo parecido.
31 Comprendemos que se pueden oponer muchas objeciones al pequeño esbozo precedente. La situación real es compleja, y una descripción completa ocuparía varios volúmenes, incluso si los datos necesarios estuvieran disponibles. Sólo pretendíamos indicar muy aproximadamente las dos tendencias más importantes en la psicología del izquierdismo moderno.
32 Los problemas del izquierdismo son indicativos de los problemas de nuestra sociedad como conjunto. Baja autoestima, tendencias depresivas y derrotismo son sentimientos que no se encuentran exclusivamente en la izquierda. Aunque son especialmente notables en ésta, están extendidos en todas las capas de nuestra sociedad. Y la sociedad de hoy trata de socializarnos a un mayor nivel y con mayor intensidad que cualquier sociedad anterior. Los expertos nos dicen incluso cómo comer, cómo hacer el amor, cómo educar a nuestros hijos y así sucesivamente.
33 Los seres humanos tienen una necesidad (probablemente basada en la biología) de algo que llamaremos el "proceso de poder". Esto está estrechamente relacionado con la necesidad de poder (la cual está ampliamente reconocida) pero no es exactamente lo mismo. El proceso de poder tiene cuatro elementos. Los tres más claramente delineados los llamamos objetivos, esfuerzo y logro de los objetivos. (Todo el mundo necesita tener objetivos cuyo logro requiera esfuerzo, y necesita triunfar logrando al menos alguno de esos objetivos). El cuarto elemento es más difícil de definir y puede que no sea necesario para todos. Lo llamamos autonomía y lo discutiremos más tarde (párrafos 42-44).
34 Imaginemos el caso hipotético de una persona que pueda tener todo lo que quiera, simplemente deseándolo. Esa persona tiene poder, pero desarrollará problemas psicológicos serios. Al principio lo pasará muy bien y estará muy satisfecho, pero conforme continúe en esta situación, se irá aburriendo cada vez más y acabará desmoralizado. Incluso puede terminar clínicamente deprimido. La historia nos muestra a ese tipo de aristócratas ociosos, que tienden a convertirse en decadentes. Esto no les sucede a los aristócratas luchadores que tenían que esforzarse para mantener su poder. Pero los aristócratas ociosos y seguros, que no tenían necesidad de esforzarse, normalmente se convertían en aburridos, hedonistas y desmoralizados, incluso aunque tuvieran poder. Esto muestra que el poder no es suficiente. Uno debe tener objetivos en los que ejercitarlo.
35 Todos tenemos objetivos; si no hay otros superiores, al menos cubrir las necesidades de vida: comida, agua, vestimenta y refugio que sean necesarios, según el clima. Pero los aristócratas ociosos obtienen estas cosas sin esfuerzo y a consecuencia de ellos sufren de aburrimiento y desmoralización.
36 El fracaso en la consecución de los objetivos más importantes lleva a la muerte, si se trata de necesidades físicas, o a la frustración, si hablamos de objetivos secundarios. La sucesión de fracasos al intentar alcanzar esos objetivos a lo largo de la vida se convierte en derrotismo, baja autoestima o depresión.
37 Así, con objeto de eludir problemas psicológicos serios, el ser humano necesita objetivos cuyo logro requiera esfuerzo, y debe tener un éxito razonable alcanzándolos.
Mi recuerdo básico de esa época parece anclarse en una o cinco o quizá cuarenta noches (o mañanas muy temprano) que salí de Fillmore medio loco y, en vez de irme a casa, enfilaba el gran Lighting 650 por el puente de la Bahía a ciento sesenta por hora ataviado con unos pantalones cortos y una zamarra de pastor... y cruzaba zumbando el túnel de Treasure Island bajo las luces de Oakland y Berkeley y Richmond, sin saber a ciencia cierta qué vía tomar cuando llegase al otro lado (el coche se calaba siempre en la barrera de peaje, yo iba demasiado pasado para encontrar el punto muerto mientras buscaba cambio)... pero absolutamente seguro de que fuese en la dirección que fuese, encontraría un sitio donde habría gente tan volada y cargada como yo: de esto no había duda...
Había locura en todas direcciones, a cualquier hora. Si no al otro lado de la Bahía, por Golden Gate arriba, o hacia abajo, de 101 a Los Altos o La Honda... en todas partes saltaban chispas. Había una fantástica sensación universal de que hiciésemos lo que hiciésemos era correcto, de que estábamos ganando...
Hunter S. Thompson, "Miedo y asco en Las Vegas."
Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado "El dinosaurio".
-Ah, es una delicia -me respondió-, ya estoy leyéndolo.
"Método eficaz contra el dinero: amor propio."
La leí en la pared de una ciudad que visité. Me dejó pensando porque tiene ahí su interpretación. ¿Qué pensáis?
Más allá de Sacramento, el tren, después de pasar las estaciones de Junction, Roclin, Aubum y Colfax, penetró en el macizo de Sierra Nevada. Eran las siete de la mañana cuando pasó por la estación de Cisco. Una hora después, el dormitorio era de nuevo un vagón ordinario, y los viajeros podían ver por los cristales los pintorescos puntos de vista de aquel montañoso país. El trazado del ferrocarril obedecía los caprichos de la sierra, yendo unas veces adherido a las faldas de la montaña, otras suspendido sobre los precipicios, evitando los ángulos bruscos por medio de curvas atrevidas, penetrando en gargantas estrechas, que parecían sin salida. La locomotora, brillante como unas andas, con su gran fanal, que despedía rojizos fulgores, su campana plateada, mezclaba sus silbidos y bramidos con los de los torrentes y cascadas, retorciendo su humo por las ennegrecidas ramas de los pinos.
«Es verdad, tienes razón a fin de cuentas —convine, conciliador—, pero, en fin, estamos todos sentados en una gran galera, remamos todos, con todas nuestras fuerzas… ¡no me irás a decir que no!… ¡Sentados sobre clavos incluso y dando el callo! ¿Y qué sacamos? ¡Nada! Estacazos sólo, miserias, patrañas y cabronadas encima. ¡Que trabajamos!, dicen. Eso es aún más chungo que todo lo demás, el dichoso trabajo. Estamos abajo, en las bodegas, echando el bofe, con una peste y los cataplines chorreando sudor, ¡ya ves! Arriba, en el puente, al fresco, están los amos, tan campantes, con bellas mujeres, rosadas y bañadas de perfume, en las rodillas. Nos hacen subir al puente. Entonces se ponen sus chisteras y nos echan un discurso, a berridos, así: “Hatajo de granujas, ¡es la guerra! —nos dicen—. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la patria n.° 2, ¡y les vamos a reventar la sesera! ¡Venga! ¡Venga! ¡A bordo hay todo lo necesario! ¡Todos a coro! Pero antes quiero veros gritar bien: ‘¡Viva la patria n.° 1!’ ¡Que se os oiga de lejos! El que grite más fuerte, ¡recibirá la medalla y la peladilla del Niño Jesús! ¡Hostias! Y los que no quieran diñarla en el mar, pueden ir a palmar en tierra, ¡donde se tarda aún menos que aquí!”»
–Viaje al Fin de la Noche, de Louis Ferdinand Celine–
¿Qué es una opinión ? Es, dicen los explicadores, un sentimiento que nos formamos sobre hechos que hemos observado superficialmente. Las opiniones crecen especialmente en los cerebros débiles y populares, y se oponen a la ciencia que conoce las razones verdaderas de los fenómenos. Si quieren, nosotros les enseñaremos la ciencia.
Poco a poco. Les concedemos que una opinión no es una verdad. Pero es eso lo que nos interesa: quien no conoce la verdad la busca, y hay muchos encuentros que se pueden hacer en este viaje. El único error sería tomar nuestras opiniones por verdades. Eso se hace todos los días, es cierto. Pero aquí está precisamente la única cosa en que queremos distinguirnos, nosotros, los sectarios del loco: pensamos que nuestras opiniones son opiniones y nada más. Hemos visto ciertos hechos. Creemos que tal cosa podría ser la razón de ellos. Haremos, y ustedes también lo pueden hacer, algunas experiencias para comprobar la solidez de esta opinión. Por otra parte, nos parece que este planteamiento no es totalmente inédito. ¿No es así cómo proceden a menudo los físicos y los químicos? Y entonces se habla de hipótesis, de método científico, en un tono respetuoso
Si bien el primer timbre de alarma sonó seriamente en 1970, fue ampliamente ignorado en 1971... y así se dejó de lado la posibilidad de dar marcha atrás, la última, como intentaré demostrar aquí, disponible.
Porque, en 1971, la gente apagó el botón a las noticias cada vez más alarmantes acerca del peligro que se cernía sobre el medio ambiente.
Estaban cansados, asqueados de ello.
Lo cual era una reacción infantil.
Lo que vino después, cuando se hizo un esfuerzo por obligar a la industria y a las ciudades a detener la polución, fue aun peor. El esfuerzo significó carencias temporales, y eso la gente, guiada por los sindicatos, no lo soportó.
Una mayoría infantil se volvió lunática.
Philip Wylie, "El fin del sueño." (Obra póstuma).
— ¿Quieres decirme que una máquina de sueños ofrece algo que puede recompensarme por abandonar esta hermosa tierra y el cielo con sus nubes y el verde de los árboles y la gloria de la luz del sol?
—En la máquina de sueños siempre hace buen tiempo. Los soñadores inhalan tanta cantidad de aire puro como nosotros ahora mismo y regalan sus ojos en un escenario tan hermoso como éste. ¿Qué clase de hombre eres tú para preguntarme estas cosas?
— ¿Pero cómo puede ser eso?
—Muy sencillamente. Lo que tú ves es simplemente lo que tus ojos envían a tu cerebro a través de los nervios, ¿no es así? Bien, en las máquinas de sueños los nervios ópticos son estimulados justamente de la misma manera. Igual sucede con los nervios del olfato, del gusto, del oído y con toda la superficie de los nervios táctiles del cuerpo.
— ¡Adelante! ¿Cómo se hace?
—Es una operación quirúrgica. Los extremos nerviosos son conectados a unos finos cables, y éstos van desde cada soñador a la habitación de control. Aquí, desde un equipo de registros primordiales se envía un conjunto completo de sensaciones. En lo que se refiere al soñador, parece estar viviendo una vida completa. Antes de entrar decide qué cosas quiere experimentar. Algunos viven las vidas de grandes exploradores y luchan con las fieras de la selva; otros parecen inventar grandes instrumentos científicos, y en realidad adquieren un conocimiento completo de cualquier tema que deseen; otros viajan en cohetes a Marte o Venus y experimentan increíbles aventuras en aquellos mundos grotescos y casi inhabitables.
"Yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré y te lo di enteramente. Mi madre se llamaba María Vizcaíno y estaba llena de bondad, tanta que su corazón no resistió aquella carga y reventó. No, no es fácil querer mucho".
Juan Rulfo a Clara Aparicio
El hombre lo tiene todo en sus manos y deja que las cosas pasen por delante de sus narices únicamente por cobardía. Me gustaría saber qué asusta más a las personas; creo que especialmente las intimida aquello que se aparta de sus costumbres.
¿Sabías que la locura del Sombrerero Loco de "Alicia en el País de las Maravillas" era una enfermedad real provocada por la exposición a un potente veneno usado en la fabricación de sombreros?...
La profesión de sombrerero fue una de las más relevantes y con más demanda que hayan existido a lo largo de la Historia. Hasta mediados de 1900 casi todo el mundo lucía un sombrero en su cabeza, fuese hombre o mujer. Quienes los fabricaban enfermaban con asiduidad, o se les tachaba directamente de locos.
Esta "locura" era debida a que, entre el Siglo XVI y el XIX, la industria de fabricación de sombreros usaba Nitrato de Mercurio para tratar el fieltro de los sombreros y conseguir mejor calidad y aspecto. El problema era que no sabían que el mercurio es muy tóxico y que una larga exposición al mismo provoca una enfermedad llamada hidrargirismo que, en épocas pasadas, podía llegar a confundirse con la locura.
Los sombrereros acostumbraban a mostrar conductas extrañas debido a la exposición prolongada a este componente, que les provocaba erupciones y manchas en la piel y, sobre todo, alteraciones neurológicas como temblores, espasmos, convulsiones, sobreexcitación e hiperactividad, que era lo que hacía creer a la gente que se habían vuelto locos cuando en realidad estaban intoxicados.
La locura de los "sombrereros" estaba tan aceptada y contrastada entre la Sociedad que, de hecho, en inglés existe la expresión "Mad as a hatter" (Loco como un sombrerero).
Lewis Carroll, autor de "Alicia", nació cerca de Manchester, no lejos de una de las localidades británicas más ligadas a la producción de sombreros, así que debía conocer el carácter de quienes los fabricaban en la vida real, lo que posiblemente le sirvió como inspiración para su personaje, aunque en su obra él en ningún momento menciona un posible trastorno mental, sino que simplemente relata las excentricidades de este divertido personaje.
Así que, cuando pienses en el sombrerero más famoso de la historia, recuerda que no estaba loco: "No estoy loco, sólo que mi realidad es distinta a la tuya"...
Anónimo.
Tuve un amigo que hizio más contra el alcoholismo que muchos años de reuniones y terapias.
Por un extraño azar de la vida, tenía un pingüino en casa, en una bañera con hielo, y mientras llegaba el momento de devolverlo al zoológico que se lo había dejado en custodia, lo soltaba delante de la casa de sus amigos más bebedores, justo antes de que regresasen de sus juergas nocturnas.
-¿De verdad, colega, viste un pngüino anoche delante de tu puerta? Tío, qué jodido estás... Deberías dejar de beber tanto.
Y funcionaba.
Picnic sobre hielo. Andrei Kurkov
Si miramos las cifras de España , hay que reconocer que somos buena gente. Nos es mucho más fácil matarnos a nosotros mismos que matar a otros. Por ejemplo, en el último año, hemos tenido en España casi cuatro mil suicidios, y en cambio sólo hubo unos trescientos homicidios. ¿No somos estupendos?
La vida se divide en dos etapas: imaginar y recordar. Y se recuerda mejor lo que se ha imaginado que lo que se ha vivido.
El secreto del agua. Tomás Val.
El profesor Antelle nos hizo una seña para que nos calláramos y empezó a chapotear en el agua sin dedicar aparentemente ninguna atención a la joven. Adoptamos la misma táctica, que obtuvo un éxito total. No solamente volvió a acercarse, sino que pronto demostró un vivo interés por nuestras evoluciones, un interés que se manifestaba de una manera muy insólita, lo que excitaba aún más nuestra curiosidad. ¿Habéis observado alguna vez en la playa la actitud de un perro joven y asustadizo cuando su dueño se baña? Se le ve que se muere de ganas de unirse a él, pero no se atreve. Da tres pasos hacia un lado, tres hacia el otro, se aleja, vuelve, sacude la cabeza, se agita inquieto. Pues éste era exactamente el modo de comportarse de aquella muchacha.
Y, de repente, la oímos, pero los sonidos que profirió aumentaron la impresión de animalidad que nos había producido su actitud. Se encontraba entonces en el límite extremo de su pedestal, lo que hacía creer que iba a precipitarse en el lago. Por un momento había interrumpido su especie de danza. Abrió la boca. Yo me encontraba algo apartado y pude observarla bien sin que ella se fijara. Pensé que iba a hablar, a gritar. Esperaba una llamada. Estaba preparado para escuchar el lenguaje más bárbaro posible, pero no lo estaba para los sonidos extraños que salieron de su garganta. Y digo precisamente de su garganta, porque ni la lengua ni la boca podían tener parte alguna en aquella especie de maullido o de piada aguda, que parecía propio para expresar el frenesí alegre de un animal. En nuestros jardines zoológicos, los chimpancés jóvenes juegan a veces y se empujan profiriendo pequeños gritos semejantes a aquél.
Como que, a pesar de nuestra sorpresa, nos esforzábamos en seguir nadando sin preocuparnos de ella, pareció tomar una decisión. Se agachó sobre la roca y ayudándose con las manos empezó a bajar hacia nosotros. Tenía una agilidad asombrosa. Su cuerpo dorado se deslizaba rápidamente a lo largo de la pared y se nos aparecía, salpicado de agua y de luz, como una visión de ensueño a través del tenue velo del agua de la cascada. Agarrándose a unos salientes imperceptibles, en pocos momentos llegó al nivel del lago y se arrodilló sobre una piedra llana. Aún nos observó unos segundos y luego entró en el agua y se dirigió nadando hacia nosotros.
Comprendimos que quería jugar y, sin ponernos de acuerdo previamente, seguimos con ardor los retozos que tanta confianza le habían inspirado, modificando nuestra actitud apenas veíamos que empezaba a asustarse. Resultó de ello, al cabo de poco tiempo, una especie de juego cuyas reglas había determinado ella misma inconscientemente, un juego extraño en verdad que presentaba alguna analogía con las evoluciones de las focas en una piscina y que consistía en huir de nosotros y en perseguirnos alternativamente, apartándonos bruscamente cuando nos sentíamos a punto de ser cogidos y acercándonos hasta casi tocarnos cuando ella se apartaba, pero sin entrar nunca en contacto. Era un juego pueril, pero ¿qué no habríamos hecho nosotros para domesticar a aquella bella desconocida? Observé que el profesor Antelle participaba en aquel juego infantil con un no disimulado placer.
La cosa hacia ya mucho tiempo que duraba y empezábamos a perder el resuello cuando me di cuenta de un rasgo paradójico de la fisonomía de aquella muchacha que me sorprendió: su seriedad. Se veía que tomaba parte en el juego que ella había provocado con un placer desbordante y, sin embargo, ni una sola sonrisa había alterado la seriedad de su cara. Hacía rato que sentía un malestar confuso cuya razón concreta no llegaba a explicarme y experimenté una verdadera sensación de alivio cuando la descubrí. La muchacha no reía ni se sonreía: solamente, de vez en cuando, emitía uno de aquellos sonidos que le servían seguramente para expresar su satisfacción.
Quise hacer una prueba. Cuando se me acercaba, hendiendo el agua con aquella manera especial de nadar, parecida a la de los perros, con la cabellera flotando tras ella como la cola de un cometa, la miré fijamente y antes de que tuviera tiempo de volverse le dirigí una sonrisa con toda la amabilidad y toda la ternura de que yo era capaz.
El resultado fue sorprendente. Dejó de nadar, haciendo pie en el agua, que le llegaba a la cintura, y tendió hacia mí las manos crispadas, como en un ademán de defensa. Después volvió la espalda y huyó hacia la orilla. Una vez fuera del lago, vaciló, se volvió a medias observándome de reojo, como cuando estaba en la plataforma, con el aspecto perplejo de un animal que acaba de darse cuenta de algo alarmante. Tal vez habría recobrado la confianza porque la sonrisa se había fijado en mis labios y yo me había puesto a nadar nuevamente con aire inocente, si no hubiera sido porque un nuevo incidente renovó su emoción. Oímos ruido en el bosque y apareció nuestro amigo Héctor, que se descolgó de rama en rama y al llegar al suelo avanzó hacia nosotros haciendo cabriolas, muy feliz por habernos encontrado de nuevo. Me sobresalté al ver la expresión bestial, mezcla de miedo y de odio, que apareció en la cara de la joven cuando vio al mono. Se replegó sobre sí misma, incrustada en las rocas hasta casi confundirse con ellas, con los músculos tensos, la espalda arqueada y las manos crispadas como garras. Todo ello por un pobre y pequeño chimpancé que se aprestaba a festejarnos.
Cuando el animal pasó cerca de ella, sin verla, la muchacha saltó. Su cuerpo se disparó como un arco. Cogió el mono por el cuello y sus manos se cerraron como garfios mientras inmovilizaba al pobre animal entre sus piernas. La agresión fue tan rápida que no nos dio tiempo de intervenir. El mono casi no se debatió. Al cabo de unos segundos se envaró y, cuando ella le soltó, cayó muerto. Aquella criatura radiante, a la que en un arranque romántico de mi corazón había dado el nombre de «Nova», ya que sólo podía comparar su aparición a la de un astro rutilante, acababa de estrangular a conciencia a un animal doméstico e inofensivo.
Cuando, al salir de nuestro estupor, nos precipitamos hacia allí, ya era tarde para salvar a Héctor. Ella volvió la cabeza hacia nosotros, como si quisiera hacernos frente, con los brazos tendidos y los labios arqueados, en una actitud amenazadora que nos dejó clavados en el suelo. Después profirió un último grito agudo, que podía ser interpretado como un canto de triunfo o un alarido de furor, y huyó hacia el bosque. En pocos segundos desapareció entre la maleza, que se cerró tras su cuerpo dorado, dejándonos desconcertados en medio de la selva nuevamente silenciosa.
Pierre Boulle, "El planeta de los simios."
menéame