Había una vez un bibliotecario que utilizaba su puesto para mejorar su vida erótica. Revisaba las fichas de las mujeres que le gustaban comprobando qué libros habían pedido en préstamo y, con ese dato, se consideraba capaz de saber cómo abordarlas y cómo conseguirlas. Porque las preferencias a la hora de elegir lecturas son una confesión de primer nivel. Revelarlas e spoco menos que desnudarse.
Y no le fue mal.
El club Dante. Dragan Velikic