Había una vez un insurrecto condenado a morir en la horca. El hombre, sabiendo que su madre vivía en una lejana aldea y deseando despedirse de ella, pidió al rey permiso para visitarla antes de su ejecución. El monarca, sorprendido por la petición, accedió, pero con una condición: alguien debía ocupar su lugar como rehén. Si el insurrecto no regresaba en el plazo acordado, el rehén sería ejecutado en su lugar. El condenado