Tengo un amigo, rondando el medio siglo de edad, que padece de ataques de pánico. Como suele pasar en bastantes casos de este tipo, normalmente es una persona muy tranquila. Rara vez se estresa, y digamos que siempre tiene su vida en orden (trabajo fijo, estabilidad familiar, etc.). Lo de los ataques de pánico no le viene de ahora, sino que los lleva padeciendo toda la vida. Él dice que, por fortuna, muy de cuando en cuando, le entra un ataque de ansiedad, sin causa aparente, que es muy difícil de controlar. Al principio tomaba benzodiacepinas (ansiolíticos) para tranquilizarse, pero es un tipo muy reacio a tomar medicación.
Me contó una cosa muy curiosa: un día descubrió, tras un ataque de ansiedad antes de que tuviera que ir al trabajo sí o sí, que el hecho de conducir le tranquilizó. Y mucho. Desde entonces, cuando tiene un ataque de pánico agarra las llaves del coche y se dedica a dar vueltas con él. Si no hay mucho tráfico a callejear; si hay más tráfico, por alguna carretera menos urbana. Diez, veinte, treinta kilómetros hasta que se le pasa.
Dice que la obligación de estar concentrado al volante, del embrague, el freno, el acelerador, el cambio de marchas y los intermitentes, le distraen de lo que más le impide relajarse durante un ataque, que es la respiración rápida, la taquicardia y la sudoración, además de los pensamientos negativos. Y lo mejor es que, una vez que se le pasa el ataque, al no haber tomado medicación, puede "volver a la normalidad", algo que no consigue con los tranquilizantes pues le provocan mucha somnolencia, niebla mental y desgana.
Pensé, después de que me contara todo esto, ¿y si la gente que está enganchada al coche para moverse a cualquier lado en realidad lo está utilizando como ansiolítico?
Me explico: observo que mucha, muchísima gente, es incapaz de centrarse en sus pensamientos. Que se pone nerviosa al escuchar su diálogo interno. Que se aburre sobremanera si no tiene en todo momento un hilo de actividad cerebral procedente de estímulos externos, aunque en el fondo sólo sea "ruido intelectual".
Creo que lo vemos todos los días, con la gente enganchadísima a su móvil. Gente incapaz de leer un libro porque el estímulo no es el suficiente para tenerlos concentrados. Personas que lo primero que hacen al llegar a casa es encender la tele, aunque no la vayan a ver.
Muchas personas que caminan o corren como deporte u ocio afirman que no lo hacen sólo para mejorar su estado físico, sino porque "es su tiempo". El rato en el que, entre zancada y zancada, pueden concentrarse en sus pensamientos, sus dudas y preocupaciones. Caminar o correr ligeramente se les hace perfecto porque es una actividad que requiere poca concentración y esfuerzo físico.
Pero, a la vez, muchas personas no son conscientes de la inutilidad que supone coger el coche para ciertos trayectos. El coche sólo es práctico en dos situaciones:
- Para trayectos superiores a 20 minutos andando, siempre que se vaya desde un punto A a un punto B (no haya que buscar aparcamiento) y el tráfico sea ligero o medio.
- Para trayectos superiores a 45 minutos andando, si se sale desde un punto A a un punto B indefinido (hay que buscar aparcamiento), y el tráfico es medio o congestionado.
Hay que tener en cuenta que, además del tráfico, los semáforos y los pasos de peatones (que hacen que varíe mucho la duración del trayecto) hay que añadir al menos cinco minutos desde que se sale de casa (o se accede a la plaza de garaje) hasta que nos ponemos en marcha, más, una vez aparcado el coche, llegamos al destino (salvo que aparquemos en la misma puerta). Si además hay que buscar aparcamiento, se puede tener suerte y encontrar aparcamiento en un par de minutos, o estar un cuarto de hora dando vueltas. A menos que se aparque en un parking, de los que para salir andando tampoco es que sea rápido.
A pesar de todo ello, vemos constantemente a personas que cogen el coche para un trayecto en el que se tarda andando quince minutos para llegar... en quince, veinte minutos o más. Puede entenderse si la persona tiene problemas de movilidad, o si se va a hacer la compra o recoger algo pesado. Pero éstos no son siempre el caso. Hay gente que lo hace para ir a la farmacia, o al gimnasio, o a trabajar.
De hecho, hay trayectos que, bien calculada la ruta, se hacen en menos tiempo en transporte público que en coche, dependiendo de la ciudad (carriles dedicados, por lo que se ahorran mucho tráfico) y las posibilidades de encontrar aparcamiento (lo bueno que tiene el transporte público es que no tienes que aparcar el metro/autobús, con lo que ahorras mucho tiempo). Además, hoy por hoy es rara la mediana o gran ciudad que no tiene una frecuencia de paso muy establecida, anunciada en las marquesinas o incluso en aplicaciones de móvil en tiempo real. Pero aún así, hay gente que no toma el transporte público "porque le aburre", o le hastía el tiempo de espera sin hacer nada (de ahí que las paradas de autobús y metro estén llenas de gente con la vista clavada en la pantalla de su smartphone).
Por todo eso, tengo la teoría de que el coche sirve muchas veces de ansiolítico, una forma de no escuchar nuestros propios pensamientos. Aunque el hecho de conducir provoque estrés en según qué situaciones, al menos no es el estrés de hacerle caso a nuestro cerebro. La gente que camina es porque le gusta pensar, porque disfruta observando lo que le rodea, porque le gusta escucharse a sí mismo.
Ésto hace que también crea que el problema real no es que haya muchos coches, sino que los usamos demasiado. El concepto social actual de inmediatez y constante prisa hace que, en muchos casos, el coche proporcione una sensación de ahorro de tiempo cuando, en realidad, puede ser todo lo contrario. Bajar al garaje o ir a donde esté aparcado el vehículo, arrancar, en invierno deshelar o quitar el rocío/condensación, salir a la carretera, semáforos, tráfico, pasos de cebra, obras, buscar (o no) aparcamiento... más el tiempo acumulado repostando/recargando, mantenimiento general y visitas al taller por el exceso de uso...
Quizá seríamos más conscientes de todo ello si camináramos más. O, como hace mi amigo, conduciendo sin destino, sólo para relajarse.