Unos mechones de pelo de hace 3.000 años escondidos en un rincón de la isla de Menorca. Es todo lo que necesitó un grupo de investigadores para encontrar las pruebas directas más antiguas del consumo de sustancias psicoactivas en Europa. Drogas atribuidas a los chamanes locales y a sus ritos religiosos, en los que se utilizarían como potenciadores sensoriales.
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