Cuando yo tenía once años, murió mi abuela, muy viejecita y enferma ya, y entonces llegó la hora del reparto de la casa, los enseres y demás. Para mí fue muy emocionante, porque por fin pude echar un vistazo a todos aquellos arcones de madera, con pinta de contener tesoros, que nunca me habían dejado inspeccionar a gusto. El más secreto de todos era el arcón de la habitación de la abuela, y allí me dirigí, aprovechando que los mayores seguían en la comedor. El baúl estaba lleno de …