No lo podréis entender. No es el miedo al desastre lo que ofusca nuestra mente, sino el temor a los propios sentimientos, a los despojos mal enterrados de una derrota sin lucha.
¿Qué haremos cuando el verdugo acaricie a nuestra novia y un ascua de memoria nos susurre que hace bien, porque él se lo ganó?, ¿qué le diremos a ella cuando nos mire condescendiente?, ¿a qué dios le rogaremos, mano sobre mano en casa, después de aceptar nuestro destino?
Cualquiera puede perder, pero se rinde sólo el que quiere.
¿Qué nos librará de esta mancha de ceniza sin haber probado el fuego?
Sólo son rumores, sólo palabras transmitidas de boca en boca, de beso en beso, entre transgresión y abandono. Rumor entregado por los labios carnosos de la niñera al mentón bien rasurado del sacerdote; palabra apenas esbozadas que pronunciaban los labios de la esposa fidelísima sobre el pecho del mozo de almacén; secreto confesado por la dependienta al gran doctor. Palabras de olvido, de indigencia moral, de pasión mal reprimida encarnada en liviandad para escapar de su asfixia y extrañar otros temblores.
Esta noche nada puede ser real, ni los abrazos que se prestan ni los ojos que se huyen en la oscuridad mal conseguida de una ciudad en guerra que reluce demasiado. Ya no hay miedo a la aviación, ni se asustan las matronas con los estruendos lejanos de los obuses teutones: vuelve la claridad cuando menos se necesita, cuando todos quisiéramos ser sólo manos para abrazar y cuerpos estremecidos en ese hiriente placer, en la caricia resentida y voluptuosa de los que se odian a sí mismos.
Es la noche en que nadie puede avergonzarse de sus actos, la noche en que nada importa, porque alguien entró en Sevres y se llevó en un gran saco las medidas y los pesos, las barras de platino e iridio con que antes se cuantificaba el mundo, los termómetros, las escalas y las conciencias. La conmoción es demasiado grande para que alguien se preocupe aún por el decoro: cuando se pierde el orgullo se abandona también toda contención, todo recato. Cuando se pierde el orgullo, sólo queda por defender el animal, y el animal humano se debate en el fango, entre espasmos de rabia, semen, saliva y bilis.
Esta noche se perdió la autoridad. Nadie se atreve a mandar, ni sirven las cerraduras, ni existen lugares santos. Esta noche todo vale porque todo perdió valor: los cálices son copas y las banderas son trapos, las leyes cantar de ciego y el vecino anciano una oportunidad de obtener un buen botín sin riesgo y sin esfuerzo. Hoy los lobos son más lobos para el otro. Hoy los otros son infierno, purgatorio y paraíso, sin lindes que los separen.
Esta noche corre el fuego, entre los ladrillos de las esquinas, desgastados por el roce de los carros, entre los adoquines demasiado pulidos y los látigos de los cocheros. Esta noche corre el fuego, entre las prostitutas que no lo son, porque el naufragio todo lo iguala, y los clientes que no pagan, y los chulos que se miran los nudillos entre copa y copa, entre cerveza y cerveza, entre la espuma derrotada de su arrogancia de ayer.
Esta noche la ciudad aguarda, como un muchacho en posición de firmes al que se la ha prometido una bofetada. Y sabe que el golpe llegará, pero el profesor camina en torno a él, apostrofando su falta; a veces se detiene y mira cara a cara al alumno, pero espera. Prefiere esperar. Sigue con su clase y entre explicación y explicación vuelve a pasar al lado del muchacho, y lo hará hasta que la bofetada sea recibida con alivio.
Esta noche el enemigo espera fuera, celebrando su victoria y preparando el desfile del día siguiente. Hace días que aguarda en los arrabales, en los castillos y en los palacios, en las fértiles landas donde cazaban los reyes y se reunían los jacobinos. Espera porque sabe que ha vencido sin luchar y que no hay ninguna prisa para tomar posesión de lo que se entrega con mansedumbre. Espera porque se siente amo y no sólo vencedor. No habrá fusiles en las ventanas, ni trampas en los recodos. No habrá más granadas que las que vendan los fruteros ni más luchas cuerpo a cuerpo que las libradas entre las sábanas de los que se cobren el botín. Habrá fotografías y desfiles, y paseos junto al Sena, y un gobierno de agua con gas para reírles las gracias y ejecutarles los muertos. Y treinta o cuarenta judas por cada triste partisano que quiera sacudirse el yugo.
¿Para qué darse prisa?
París es ciudad abierta. Una ciudad que los suyos entregamos sin defender. París no es siquiera una ciudad mártir, ni una ciudad derrotada, ni una víctima de la guerra. Es ciudad abierta, madre entregada, novia vendida, botín graciosamente ofrecido. Regalo y no conquista.
París es ciudad abierta porque prefirió ser ramera antes que matrona despeinada.
Sobre las tablas ennegrecidas del salón bailan abrazados el joyero y la modista, el locutor de ojos enrojecidos y la pálida maestra de latín. Bailan como bailaron siglos antes las víctimas de la peste y los feriantes hambrientos.
Un aragonés republicano, empapado hasta las cejas de vino, baraja sus documentos sobre la mesa sin hule arrumbada en una esquina. Tuvo que marchar de España, y no sabe adónde irá. Al infierno si es que existe, y si no a fundarlo de una vez, que buena falta va haciendo. Con los párpados cargados por el sueño y el alcohol mira a su alrededor mientras recuerda su tierra, y piensa que en España no hay ciudades abiertas, como no sea en canal. Recuerda entonces en la voz de un maestro viejo y mal afeitado una frase de Galdós: Zaragoza no se rinde. La recuerda palabra por palabra, y peleando dignamente con la borrachera consigue ponerse en pie:
—Y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que París sí que se rinde, y sin disparar un tiro.. ¡Porque París no es Zaragoza, hostia! —grita antes de caer de bruces sobre la mesa.
Yalo han dicho. Ya no es pensamiento oculto espesándose entre las vigas hasta apagar los candiles.
Ya lo han dicho, pero nadie escucha. Todos bailan.
El tabernero con la esposa del banquero. El abogado con la niñera.
Todos bailan a la espera de la bofetada.
Nadie dormirá esta noche. Despiertos, soñaremos todos con que no amanezca.
Los presagios no existen: te equivocas, hijo mío, al juzgar como importantes las penurias que te acucian.
Nada está escrito que no pueda enmendarse. No hay palabra tan solemne que esté expuesta a un tachón, ni pergamino tan sagrado que no pueda rasparse.
Los presagios no existen: no te asustes al ver otros ojos mirándote desde el espejo, ni cuando distingas nubes en el lago en días de cielo despejado. Lo incomprensible está fuera de toda norma, de toda regla, de toda ley incluso, y si has de ser grande deberás amar la trasgresión; más aún, la ausencia de ella por falta de imperativo que esté a tu altura. La desobediencia será tu marca, también tu estigma, y habrás de servirte de ella sin permitirte nunca ser su víctima, porque habrá también ocasiones en que te mandarán lo mismo que te conviene, y entonces serás dócil.
Ningún daño ha de causarte mostrar un rostro amable; antes bien, procura mantener siempre tu sonrisa tan a mano como tu daga.
No temas el poder de tu enemigo, de ningún enemigo, porque podrás hacer tuya su energía si hallas el valor preciso para enfrentarle. Y no busques adversarios miserables aunque sean numerosos, porque tu gloria será la suya, invariablemente la suya, y no hay renombre alguno en aplastar un hormiguero.
Mira al pasado conmigo y guarda cuanto aprendas para el día, no lejano, en que todos los consejos sean pocos.
Al principio de los tiempos, cuando eran ya todas las criaturas pero aún no tenían consciencia de sí mismas, un grupo de ángeles se rebeló contra Attá y hubo una gran batalla en la que triunfaron los del Creador, aunque muchos murieron en ambos bandos, porque la Muerte no sabe de facciones cuando ve llegada la hora de su cosecha. Entonces Osimén, príncipe de los ángeles fieles, preguntó a Attá:
—Dime, oh Attá, ¿por qué contemplaste la batalla sin intervenir en ella?, ¿por qué dejaste que murieran tantos de los que te aman cuando un gesto tuyo hubiera bastado para destruir a los que reniegan de tu Santo Nombre?
Y Attá contestó:
—Porque si yo intervengo, ¿cuál sería la razón de tu existencia, capitán de mi guardia? Cada ser y cada cosa deben servir a la consumación de su destino. Cada vida debe servir a su muerte como cada vasallo ha de servir a su señor siendo vasallo y cada señor a su vasallo siendo señor, porque ninguno podría consumar su destino sin el otro y su paso por el mundo quedaría vacío.
Pero Osimén preguntó:
—Si tu sabías de la rebelión, porque tú todo lo sabes, ¿por qué no cambiaste el Destino para que la paz reinara y pudieran vivir los míos?
Y Attá contestó:
—Porque en un mundo en paz no habría destinos que cumplir, sino sólo diferentes modos de crecer y envejecer, y sería así hasta que el Universo entero fuera tan grande y tan viejo que ya no pudiera soportarse a sí mismo. Si la paz reinara siempre no podría existir el sentimiento y la vida se reduciría a un triste arrastrarse por el mundo. El sentimiento es el mayor regalo que yo he hecho a mis hijos, y para que haya sentimiento es necesario que exista también el dolor, igual que para que haya día es necesario que exista también la noche, por triste y oscura que pueda parecer a veces. Por eso no hay paz: por eso murieron los tuyos, que antes que tuyos fueron míos, aún lo son y lo serán para siempre. No te inquietes por las cosas que están más allá de tu alcance, pues la ignorancia es también como la noche que hace más deliciosa la llegada de la luz del conocimiento.
Osimén se inclinó ante Attá y se retiró, pero en su corazón había germinado la semilla de la duda. Y con el tiempo esa semilla creció hasta ser tan evidente que Attá no pudo fingir por más tiempo no verla y llamó a Osimén a su presencia.
—Dime Osimén, capitán de mi guardia, ¿qué es lo que se agita en tu pecho que tanta quietud te roba?
—Es la guerra, que aún persiste, mi Señor. Los renegados siguen extendiéndose: muchas criaturas nobles han sido seducidas por sus inquinas y se han unido a ellos en la rebelión contra ti. Nuestras fuerzas son muy superiores, pero no podemos vencerlos completamente porque son iguales a nosotros y todo lo que somos capaces de pensar lo han pensado también ellos. Además, cuando mueren, queda libre su espíritu para seguir causando daño. ¿Por qué cuando mueren los míos no permanece ningún espíritu?
Attá respondió:
—No envidies a los renegados viendo crecer su número. La simiente del mal es miserable y por eso da ciento por uno allá donde cae, pero a la semilla del bien cualquier viento la malogra. Cuando muere una de las criaturas que me sirven no permanece nada porque su espíritu viene a unirse conmigo para gozar de mi grandeza, pero cuando muere uno de los que me niegan, su espíritu no puede unirse al mío y debe marchar errante para siempre, porque no hay alternativa a mí. Por eso, no envidies a los renegados, que son más causa de lástima que de envidia. Pero dime, ¿qué más hay en ti, alimentando esas dudas?
—Sí, mi Señor, hay algo más. No puedo comprender por qué dejas que siga esta guerra que tanto dolor nos causa a todos; no puedo comprender por qué creas a tus hijos para hacerlos morir luego en una guerra que conocías de antemano y no quieres impedir. No veo sentido a todo esto.
Y Attá, comprensivo, respondió:
—Todas las criaturas nacen y mueren para cumplir su papel en una gran obra, mucho más grande que la suma de todas ellas. Todas cumplen su destino para que se cumpla el Destino del Universo, y así todo siga su propio curso.
Pero las dudas no se apagaron por completo en el corazón de Osimén y una última pregunta brotó de sus labios:
—¿Y cual es mi destino, Señor?
Attá sonrió ante la facilidad con que el capitán de su guardia le hacía una pregunta tan importante, y con suave voz le respondió:
—Servirme siendo el más grande de los que luchan por mi Nombre, el más fuerte e infatigable de los míos, y también el que más alta gloria alcance en mi corazón cuando llegue el momento.
Entonces Osimén se adelantó, y alzando los brazos dijo:
—Pues Señor, yo he roto el Destino, porque ya no te serviré más. Allí donde tú pongas un camino inevitable, yo te saldré al paso con un desvío; allí donde tú pongas un muro infranqueable, pondré yo una brecha; allí donde tú pongas un océano, yo pondré una balsa; allí donde tú pongas montañas, pondré yo desfiladeros; allí donde tú pongas desiertos, yo pondré oasis, y de este modo siempre habrá quien pueda salirse de tus caminos, franquear tus muros, vadear tus océanos, cruzar tus montañas y atravesar tus desiertos, porque yo quiero que las criaturas del Universo sirvan a su propia libertad y no al cumplimiento de ningún Destino, ni siquiera el que tú impongas, oh Attá. Los seres del Universo serán libres, porque siempre habrá una rendija para que entre la esperanza mientras yo exista, y existiré para siempre, porque no quiero unirme a ti. Y los destinos que yo quiebre quebrarán otros destinos hasta que la Fatalidad entera salte en pedazos.
Y dicho esto, Osimén se retiró de la presencia de Attá y se fue con todos los que quisieron seguirle.
Así fue como empezó la segunda rebelión, la de los Inesperados, que ni siquiera Attá había previsto.
Ellos son los que prestan su fuerza a los que tratan de escapar de una vida en la que nada esté en manos del azar, y así lo harán hasta que no haya un sólo ser aprisionado en la trama del Divino Dramaturgo, porque si suyo es el poder de escribir el Libro, nuestra es la potestad de hacer borrones.
Y ahora que conoces la historia, dime tú, amado discípulo mío, quién es en verdad el Todopoderoso.
En noches perpetuas de blancos colmillos
danzaron los sueños de tu juventud
boleros de llanto, mazurcas de miedo
al ritmo mellado de un cielo voraz.
Olvida conmigo aquel tiempo marchito
enlaza mi mano y siente este vals.
Quizás las palabras no tengan sentido
quizás el crujido del viejo temor
crepite en tus ojos, tus brazos, tu vientre
atando al silencio la luz de tus pies.
Bailemos ahora y muramos después.
Un vals de promesas que a nadie le importan,
un vals de almanaques sin tierra y sin voz,
el vals de las años perdidos en guerras
sin paz, sin victoria, sin patria y sin dios.
Bailemos heridos de púrpuras sombras
en círculos locos, elipses de amor,
bailemos el vals de los viejos salones
sepulcros vacíos, pirámides huecas
llorando los huesos de su faraón.
Bailemos por todo lo que se perdió.
Y si hay todavía eternos retornos,
albures perpetuos o bucles sin fin
traeremos a lomos de este melodía
los años cautivos en Siempre Jamás
que ya sólo esperan para rebelarse
el son de tus pasos bailando este vals.
Gaspar González no solía aceptar aquella clase de encargos, pero esta vez no pudo menos: una voz interior le decía que el artista que sólo tiene obras en los museos es poco menos que una especie protegida, en vías de extinción.
Por eso, cuando la Sociedad Mariana se dirigió a él para pedirle una inmaculada concepción que coronase el nuevo santuario, respondió que la haría. Ni siquiera preguntó lo que pensaban pagarle por el trabajo.
La Sociedad Mariana tampoco le preguntó lo que quería cobrar: diez días después, Gaspar González estaba ya en las canteras de mármol eligiendo el bloque adecuado.
Luego se pasó dos meses bocetando sobre el papel la figura que quería tallar. Y otro más moldeando en arcilla una prueba.
Cuando hubo concluido estos preliminares, se lanzó al trabajo con furia. Con verdadera pasión.
Talló en primer lugar los demonios del pecado, retorciéndose de dolor al ser pisoteados. Luego la luna, de escondida semejanza a un alfanje musulmán.
Con todo el cuidado pasó luego a dar forma a los pies, y a los pliegues de la túnica. Y luego al torso, y a los brazos. Cuando llegó a la cabeza estaba ya perdidamente enamorado de aquella mujer sin rostro.
Revisó durante semanas cientos de facciones femeninas, y sólo cuando logró fundir la perfección de todas ellas en su mente se atrevió a esculpir la cabeza de la inmaculada.
No le pondría corona alguna: la única corona sería su belleza.
Era el momento de llamar a la Sociedad Mariana para comunicarles que el encargo estaba terminado. Pero Gaspar González no se atrevía a descolgar el teléfono. Ni a acercarse a él siquiera, por miedo a que fueran ellos los que llamasen para arrebatarle a su adorada.
Día tras día acariciaba las gráciles formas, doliéndose ya del momento en que tendría que separarse de ella para que la colocaran en lo alto de un enorme retablo, a treinta metros de altura. La acariciaba como si cada hora fuese la última, antes de que se volviera para él tan inalcanzable como la auténtica madre de Dios.
Cuando al fin venció el plazo, pasaron a recoger la imagen los representantes de la Sociedad Mariana. Gaspar González no pudo evitar despedirse de ella con lágrimas.
Todo el mundo alabó su obra, pero aquellas felicitaciones le sabían al artista sólo a derrota.
Entonces un día oyó decir que la estatua se estaba deformando y acudió alarmado a la basílica.
Efectivamente: para estupor suyo, Gaspar González pudo comprobar que el vientre de la inmaculada se estaba hinchando.
Y pasó el tiempo, y el vientre se abultó aún más.
Y cuando llegó el día de la inauguración de la basílica, los miles de feligreses que asistieron al acto alternaron su mirada entre el prominente vientre de la imagen y el rostro del escultor.
Gaspar González no pudo resistirlo. Antes de que acabara la misa salió de la basílica, seguido por miles de miradas y murmullos, cada vez más insistentes.
Fue a su taller y se colgó de una viga del techo.
No pudo menos.
Nunca escribí esta historia y como ya, por motivos más que obvios, esta historia no tienen ningún sentido, comparto con vosotros las notas que suelo hacer antes de encarar un proyecto tan lento y duro como escribir un tocho de futuro incierto (que se publique, claro). Son notas internas, no esperéis prosa elaborada ni nada parecido. Algunas notas, no todas, el resto son datos y documentación aburrida. Os garantizo que la fecha de las notas es la correcta: 2009.
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2080.- Primera víctima reconocida del virus HBHV-234, también llamado enfermedad de Bulgan (ciudad de Mongolia), ya que los vectores epidemiológicos trazaban hasta allí y posiblemente hasta el jerbo de Mongolia, éste último dato sin confirmar a día de hoy.
2085.- El virus se ha extendido por toda Asia, aún sin saber cómo ha dado el salto al contagio aéreo y a afectar sólo a las mujeres de la especie humana, se registran algunos casos en hombres, para los que se descubre un tratamiento que hace que la enfermedad no termine de desarrolarse y se convierte en una enfermedad crónica, con asma, gripes continuadas, y problemas renales.
Ese mismo año se intenta “blindar” Europa, América, Australia y parte de Oceanía. Sin éxito. El virus viaja en el aire y en las gotas de lluvia.
2086.- Se descubre que el virus tiene dos formas de contagio a humanos, vías respiratorias y a través de la piel. El número de mujeres que fallecen aumenta exponencialmente.
2087.- Un tercio de las mujeres de Asia muere en breves semanas tras el contagio. El virus muta de nuevo y se crea una cepa más virulenta que produce hematemesis (expulsión de sangre por la boca, en forma de vómito.)
2090.- El virus se extiende por Europa, América y Australia.
2095.- Se envía una expedición de mujeres a la estación espacial, terminada hace muchos años. Se las llama “Las 12 elegidas”. Graves disturbios en todo el mundo que terminan desencadenando en el comienzo de las Guerras Suicidas.
2110.- Finalizan las Guerras con un planeta diezmado y la sociedad –sólo de hombres ahora- intenta recomponer lo posible de los restos que quedan. En esos años fue destruida la estación espacial y por tanto la única vía posible de continuidad de la especia. Nueva China informa que su base secreta submarina con mujeres ha fracasado debido a fallos en el sistema de reclicaje de agua. Murieron 120 mujeres. Rusia confirma la muerte natural de su colonia oculta bajo los hielos de Siberia, 40 mujeres y las 24 hijas de éstas a la edad de la pubertad. En una isla perdida de la micronesia muere la última mujer Nahnm Warkis, víctima de la enfermedad.
2126.- Concluye la creación del primer ser humano (hombre) mezclando genes masculinos. Su nombre: Adam. Se consiguió crear en úteros mecánicos seres humanos de nuevo, recombinando adn sólo de hombre. Un logro y una desgracia a la vez. Matizar.
2127.- Se crea el banco mundial de ADN de varones de la especie. En las cámaras de seguridad repartidas por todo el mundo, se guardan congelados, materiales genéticos de mujeres (por si se encuentra una cura en un futuro) contaminadas con el virus, y esperando una cura para poder volver a crear una sociedad hombre-mujer.
2129.- La sociedad aumenta con hombres creados en laboratorio. Se plantea un debate filosófico y social sobre las sociedades hombre-mujer y el futuro de la Humanidad construida sobre la base de mezclas genéticas de varones de la especie.
2130.- Se crea una mujer en los laboratorios. Parece que sobrevive a la adolescencia. Esperanza mezclada con miedo.
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4 de febrero de 2023. Hace 3 meses que los aero taxis de conducción autónoma son una realidad y operan con relativa normalidad. Son vehículos sin conductor que sólo necesitan saber dos cosas para hacer su trabajo: dónde te tienen que recoger y a dónde quieres ir. Y lo mejor de todo es que te llevan volando.
El aero taxi con número de licencia 8473974949A, al que por comodidad llamaremos TAXI A, viaja un hombre barbudo, flaco y con aspecto de vagabundo, cuyo nombre no es relevante, y al que por comodidad llamaremos EL BARBUDO.
A una distancia de 1 kilómetro y 400 metros y avanzando en la misma dirección pero sentido contrario, se acerca el TAXI B, cuya ocupante es una joven promesa del sector bancario con un ligerísimo sobrepeso que se esfuerza en disimular. A esta ocupante la llamaremos LA PROMESA.
La probabilidad de que dos aero taxis de estas características sufran una parada de motor simultánea en el mismo tramo de autovía volante es de una entre 2 billones. Así que se puede decir que les tocó la lotería, pero la mala, porque esto es exactamente lo que sucedió.
El Sistema Aútonomo de Control de Tráfico Aéreo, al que llamaremos por su siglas SACTA, registró automáticamente la incidencia y 0,0000000001 segundos después lanzó un dron autónomo de rescate para que salvase a uno de los aero taxis. Y ese era el problema, que sólo podía salvar a uno, ya que el sistema de rescate estaba diseñado con una relación coste-eficiencia que dejaba un suceso tan improbable como este muy lejos de sus parámetros.
Así que el DRON alcanzó velocidad supersónica en 0,3 segundos según trayectoria de intercepción calculada por SACTA y se lanzó en pos del TAXI B, ocupado por LA PROMESA.
Mientras tanto, EL BARBUDO había entrado en pánico a la vez que experimentaba una notable ingravidez, fruto de la caída libre de su nave.
Continuará...
Hermógenes se pegó un tiro cuando supo que su mujer se iba con otro. Con un hombre casado además.
En realidad no fue todo tan rápido: llevaba siete años casado con Helena y todo iba bien, o eso le parecía a él. No tenían hijos y ella a veces se entristecía pensando en un futuro demasiado sosegado y demasiado silencioso, pero encontraban el uno en el otro el apoyo necesario para sobrellevar las pequeñas cargas de cada día sin temer demasiado al calendario.
Todo era armónico. No eran ricos pero llegaban a fin de mes sin apreturas. Se acatarraban de cuando en vez pero no padecían peores enfermedades. Discutían lo bastante para no aburrirse pero no tanto como para irritar a los vecinos.
Todo iba bien, pero falló algo.
Nunca supo cómo conoció ella a Ulises. Ulises vivía en un ciudad a doscientos kilómetros de la suya y era médico pediatra. Probablemente se cruzaron en un foro de internet, o en alguno de esos lugares donde las frustraciones y los deseos de todos se rozan un microinstante en el espacio antes de reaparecer en otra pantalla en cualquier lugar del mundo. Y si los elementos químicos se combinaron por azar hasta llegar a formar la vida, ¿por qué no iban a combinarse entre sí las ideas, los miedos y las esperanzas hasta crear nuevas formas de consciencia?
Tuvo que ser eso. Otra cosa era imposible.
Hermógenes se resignó al abandono de Helena, hizo las maletas y se presentó en casa de Ulises, sabiendo que él no estaría. Lo recibió Andrea, la esposa abandonada, y compartieron la tarde intercambiando amarguras, soledades y orgullos maltrechos.
Antes de irse, Hermógenes le propuso a Andrea que se fuera a vivir con él. No podía ser de otro modo.
Andrea se negó escandalizada y Hermógenes no pudo entenderlo. Para él, aquello era peor que la quiebra de los pilares del mundo: era la destrucción de todo lo que era y todo aquello en lo que creía.
Por eso escribió una carta contando lo que le había sucedido y se pegó un tiro.
Sus amigos de la Sociedad Matemática sufragaron su lápida, grabada con unas pocas palabras:
HERMÓGENES
(1968 - 2009)
BIYECTIVO
Según hemos podido saber, la persona que se precipitó desde la azotea de nuestra redacción responde a las iniciales JCB y tiene 37 años. En estos momentos está siendo operado en el Hospital Martínez de Lesma, donde fue trasladado de urgencia en estado crítico. La extraña circunstancia de que cayese al vacío con el casco puesto parece que ha bastado para salvar, de momento, su vida, aunque aún es pronto para pronosticar el desenlace de este incidente. Varios agentes de Policía se han personado ya en esta redacción para recabar más datos.
Ampliaremos la información a medida que conozcamos más datos.
Subscríbase a Prensa Nueva News. Siempre al servicio de la noticia.
Santiago Luna lee la noticia en su móvil como quien se informa de un diagnóstico funesto. Cáncer de glande, hay que joderse. ¿Cómo es posible que el hijoputa no se matara? Hay ratas que tienen un león como ángel de la guarda: otra cosa no se explica.
El encargo parecía fácil: echar mano a un mensajero, desvalijarlo a punta de pistola y embarcar hacia donde le dijeran con lo que llevase el tipo aquel. Lo que fuese. Un pendrive o una pizza: lo que fuese. Cogía el contenido, recogía los billetes donde le ordenasen y se iba a Barajas a tomar el avión que los billetes indicaran, daba igual si a Caracas, a Moscú o a Estambul. Lo mejor de cumplir órdenes es que, cuando te levantas de la taza del water por la mañana, puedes dejar que el cerebro se quede allí cagando, tranquilamente. No lo necesitas para nada.
Fácil. Sin riesgos.
Los cojones.
A los sicarios del cine no se le ponen los semáforos en rojo mientras la moto perseguida sigue avanzando entre la fila de coches atascados. Los sicarios del cine siempre encuentran, a la primera, un sitio libre para aparcar cerca de donde tienen que hacer el trabajo. Y no aparques en doble fila porque, si te pillan, encima te corta los huevos tu jefe. Y con razón. Por mequetrefe.
A Luna le había costado no perder a su presa. De hecho, perdió a la presa, aunque consiguió localizar la moto, esquinada de cualquier modo entre dos plazas de minusválidos. Putos minusválidos. ¿Por qué mierda se le reserva plaza un cojo pero no a un ciego? Sería cojonudo que existieran plazas de aparcamiento reservadas para ciegos, se dijo Luna a sí mismo, intentando espantar el mal humor. No tardarían en crearlas.
-Plazas para ciegos y rotondas para bizcos. Cago en la hostia -masculló mientras pulsaba el botón de llamada. Había que llamar a Alfaro, aunque le apeteciese tanto como una colonoscopia.
-¿Lo tienes? -preguntó Alfaro a los tres timbrazos.
-Ha habido problemas, jefe...
-O sea que no has sido capaz de echar mano a un puto mensajero...
-Es como si me deja en medio del campo, con un BMW, y me pide atrapar a a una liebre. No es tan fácil. En primer lugar....
-¡No quiero saber por qué fallaste! - lo interrumpió Alfaro-. Quiero que aparezca lo mío.
Luna mascó un inexistente chicle antes de responder. Un chicle con sabor a alpargata, más o menos.
-Le eché mano en el portal y lo subí en el ascensor hasta la azotea. Allí hablamos un rato hasta que se cayó. Pero ha sobrevivido.
Alfaro dedicó medio minuto a dejar que su subordinado saborease su propio páncreas. Sus silencios, según decían, sonaban a panteón.
-O sea que, si lo he entendido bien, el paquete se ha perdido y el mensajero no puede hablar, de momento.
Luna carraspeó.
-Ya habló. Entregó dos paquetes en el edificio. Uno en un despacho de abogados y otro en la redacción de un periódico de tercera fila. Luego intenté quitarle algo que llevaba en la mano y se puso violento. No quería tirarlo para abajo. Fue un puto accidente.
-Dos paquetes en la misma dirección... Me dices... ¿He oído bien?
-Hasta los perros tienen un día de suerte, jefe.
-Pues no es el tuyo -aseguró Alfaro.
-Ya me hago idea. Si me dice lo que buscamos, a lo mejor puedo intentar recuperar el paquete.
-Una llave. Una pequeña. La llave de una consigna en el aeropuerto.
-Me haré con ella. No paró antes en ningún otro sitio. Puede que aún le quedasen más paquetes por repartir. Le voy a echar un vistazo a la moto -intentó congraciarse Luna, que acababa de tener la idea, acuciado por el miedo. El miedo es un lubricante insuperable para los cerebros atascados.
Alfaro chasqueó la lengua.
-Si se puso violento es que algo sabía. No era un mensajero cualquiera. Voy a ver qué puedo averiguar de él.
-Lo acaban de ingresar en el Martínez de Lesma -aportó Luna, recordando el breve del periódico.
-¡Busca la puta llave! -se despidió Alfaro.
-Sí, jefe- respondió Luna a la nada, que siempre es un interlocutor agradecido.
Continúa en estado crítico el mensajero precipitado desde la azotea de esta redacción. Los médicos han conseguido estabilizar sus constantes, pero sigue pendiente de varias operaciones por múltiples fracturas. Seguiremos informando de su estado.
Subscríbase a Prensa Nueva News. Siempre al servicio de la noticia.
Dos figuras silenciosas flanquean la cama de Julián Cortina, evaluando daños, sumando pronósticos, dividiendo atrocidades, tratando de esquivar una filamentosa y residual conciencia de estar reparando un ser humano, vivo, en lugar de una máquina, una turbia sensación que no se termina de apagar del todo con los años.
Gámez repasa el informe concentrado en no olvidar nada importante, mientras Nuria corrige el ritmo de los goteros, rompiendo el metódico silencio con una cadencia episódica de plásticos que crujen.
Por más que los números cuadren, Gámez se rinde ante la ironía de tanta combinatoria funesta, mientras observa con una prófuga decepción lo mal que contiene el pijama las nalgas de su compañera.
- Parece estable, pero tiene muchos frentes abiertos. ¿ Hoy tampoco hay familiar para informar ?
- No ha venido nadie, aparte de la policía. Como no llamemos a su ex...
- Legalmente no podemos, ya te lo he dicho. No os estudiáis estas cosas, y luego queréis prescribir.
Nuria fingió una mueca irónica condescendiente, a la vez que imaginaba a su compañero muy seriamente empalado con una escoba.
- Le dejamos el antibiótico, y la sedación hasta que pase el anestesista. Voy a ver al de la trece.
Luna observó al doctor marchándose ensimismado, y esperó a que saliera también la enfermera, fingiendo ajustar el freno de una silla de ruedas. Vestirse de celador era a la vez sencillo y una cierta excentricidad profesional, sabiendo como sabía que a esas horas podía pasearse vestido de Mary Poppins sin que nadie le preguntase nada. Pero joder, algunas cosas hay que hacerlas bien. Un novato no sabría que los celadores se comparten entre plantas y es más difícil que a alguien le extrañe ver personal desconocido en la suya, como sucedería si hubiera elegido pasar por médico o enfermero. Qué coño, un profano se hubiera disfrazado de "señor de la limpieza", que canta más que Ozores vestido de flamenca.
Mascullaba estos sinsabores de profesión mientras rebuscaba en las taquillas y en la mesilla, con una entrenadísima tranquilidad, que le hacía permanecer fácilmente en la normalidad ante cualquier imprevisto. Casi sentía que era otro profesional más haciendo su trabajo, igual de justificadamente que el resto del hospital, como si su rol estuviera previsto en la orquesta de la sociedad, y eso le daba mucha credibilidad a su personaje.
Nada.
Ni en la basura del baño, ni entre las jambas metálicas de la ventana, ni detrás del espejo.
Su semblante parecía ensayar caras estoicas y solemnes ante la previsible reacción de Alfaro, pero breves espasmos del cigomático le traicionaban, arrugándole la boca y la nariz, mientras recordaba la cara de gilipollas que se le quedó cuando miraba cómo los municipales se llevaban la moto, por estar mal aparcada.
Puta vida, y puto mensajero saltimbanqui.
Le puso las manos en el cuello mientras se mordía inconscientemente el labio inferior, pero vaciló un momento, y respiró hondo mirando hacia la puerta, y otra vez al mensajero. Apartó las manos, de costumbre firmes y habituadas a ejecutar sin paliativos.
Seguramente no merecía la pena. El infeliz tenía la mandíbula rota en tres partes, y si lograba salir de esta él ya estaría muy lejos.
En algún país desdibujado.
O muerto.
Juan Antonio se despertó de golpe. Abrió los ojos y se quedó unos segundos hipnotizado por el movimiento de las aspas del ventilador de techo.
Lentamente intentó reincorporarse pero le resultaba muy laborioso. Sus movimientos eran torpes y bruscos. Comenzó a retorcerse y al hacerlo le dio una patada a un cojín que tenia a sus pies, que cayó junto con la Biblia.
Aquel sonido seco alertó a Paula, que se dio prisa y apareció de inmediato en la habitación.
- ¡Buenos días cariño! Aquí tienes tu desayuno corazón, le dijo, arrastrando la z y convirtiéndola en una s alargada y sonora.
Él la miró fijamente a los ojos con cara de estupor. Intentó decirle algo pero no le salieron las palabras.
De golpe le vinieron a la memoria ráfagas, recuerdos de la noche anterior.
Se acordó de que tocaron el y su colega al timbre de aquella casa en los bajos de un edificio a medio derruir. Ella les invitó a entrar, sin duda le pareció una chica graciosa y amable. Estuvieron un rato hablando de la llegada del Señor. Él le preguntó a ella si estaba preparada para la inminente venida y ella les contestó que si, que lo estaba, que estaba ampliamente preparada.
Les ofreció un té con galletas a ambos, lo bebieron lentamente mientras discutían acerca de cual de los cuatro jinetes del Apocalipsis les parecía más interesante. Cuando él iba a dar su opinión acerca del corcel bermejo del jinete de la victoria, se le cayó la taza de las manos. De repente todo se volvió nebuloso y desde ese momento no recuerda nada.
- ¿Y mi colega? ¿Dónde esta mi colega? Se preguntó a si mismo con desesperación. Su respiración comenzó a agitarse, quería preguntarle tantas cosas pero le resultaba imposible articular palabra alguna. No paraba de mirar fijamente a los ojos de la chica, intentando hacer una conexión visual.
Pero la verborrea de ésta le impedía concentrarse en ningún pensamiento. La chica no paraba de hablar. De cuales serían los planes para ese día, para la semana y para el mes. De que vestido elegiría para la boda, de cuantos serían los invitados, quien organizaría el banquete. Parecía muy ensimismada en sus elucubraciones.
Quería gritar pero no podía, juntó aire en sus pulmones y en cuanto le permitieron hacerlo soltó un grito de alarido, de desesperación, interrumpido abruptamente por una almohada que se dirigió hacia su boca.
Lo siguiente fue el silencio. Y se quedó dormido otra vez mientras Paula no dejaba de mirarlo con cara de embobada.
Personajes:
EUFRASIO, un rinoceronte.
MIGUELÓN, un león.
RAMONA, una leona.
FRASQUITA, una hiena.
HUGO, un elefante.
CASIMIRO, CASIVEO, CASICASI, tres ratones.
LAILA y LEOCADIO, dos jirafas.
GOTAS DE LLUVIA.
***
ACTO I
El escenario muestra la sabana africana, hierba de cartón de colores pardos repartida en el suelo, una gran piedra hecha de madera y telas en el centro del escenario, un árbol grande al fondo, un forillo pintado con montañas y un cielo luminoso pero con el sol semicubierto por una nubecilla de tormenta. Por el lateral derecho entra RAMONA, seguida muy de cerca por MIGUELÓN.
RAMONA: (A Miguelón) Que no pesado, que no, ya te he dicho venticincuenta veces que no iré contigo al baile...
MIGUELÓN: Anda, Ramona, no seas así, van a estar todos en el baile de la primavera... hasta vendrá Eufrasio y todo...
RAMONA: Mira, que no iré contigo al baile...
MIGUELÓN: ¿Y con quién irás?
RAMONA: Ay, qué pesadito que eres, no lo sé.
MIGUELÓN: (Nervioso) P-pero los bailes, los bailes...
RAMONA: Bueno, yo me voy al río a beber agua, adiós, pesado. (Sale por el lateral izquierdo con paso decidido).
Miguelón se queda solo en el escenario. Se sienta en una piedra apoyando la cara en las manos. Suspira. La mirada perdida. Suspira otra vez, ahora con más fuerza que antes. Por el lateral derechos entran CASIMIRO, CASIVEO y CASICASI, riéndose en silencio y tapándose la boca para que no les oiga Miguelón, se acercan hasta él por detrás en silencio y se ponen a su espalda.
CASIMIRO, CASIVEO y CASICASI: ¡¡¡BOOOO!!!
MIGUELÓN: (Salta asustado). ¡¡¡Qué susto, recontra!!! No podíais dedicaros a hacer ratonadas y dejaros de asustar a los animales.
CASIMIRO: (Riéndose). Anda que el susto que le dimos al elefante del claro al lado del lago... (A Casicasi) ¿cómo se llama...?
CASICASI: Hugo, el elefante se llama Hugo, pero cuando lo asustamos nosotros le decimos...
CASIMIRO, CASIVEO y CASICASI: (A coro). ¡¡Hugo, tarugo, asustón!!
MIGUELÓN: (No le hace gracia la broma de los ratones). ¿Y eso es gracioso?
CASIVEO: ¿Qué te pasa, Miguelón, que tienes hoy la cara de un melón? (Los tres ratones se ríen del supuesto chiste).
MIGUELÓN: Nada, el baile es mañana por la noche y... (Dándose cuenta que mejor no les cuenta nada a los liantes de los ratones). Nada, voy a beber al río... (Sale por el lateral izquierdo cabizbajo).
CASICASI: Uy, seguro que Miguelón le ha pedido a Ramona, la leona mona, (todos se ríen del chistecito)... que lo acompañe al baile y le ha dicho...
CASIMIRO, CASICASI, CASIVEO: (A coro). ¡...Que no! (Se ríen).
CASIVEO: Podríamos echarle una mano, jijijiji...
CASIMIRO: Sí, podríamos ayudarle... jejejeje...
CASICASI: Y de paso reirnos un rato de la parejita... jajajaja...
CASIVEO: ¿Se te ocurre algo, Casicasi?
CASICASI: (Pensativo). Casi casi...
CASIMIRO: Y yo Casimiro y éste Casiveo...
CASICASI: Burro, que casi casi se me ocurre algo...
CASIVEO: Hay que hablar con Ramona y convencerla de algún modo para que quiera ir con Miguelón...
Por el lateral izquierdo entra FRASQUITA y viendo que están distraídos con sus planes se acerca hasta ellos por detrás en silencio.
DOÑA FRASQUITA: ¡¡¡¡BOOOO!!!
Los tres ratones se dan un gran susto y cada uno sale corriendo hacia un lado del escenario.
FRASQUITA: (Riéndose). Los bromistas de la sabana se asustan por nada, jajajaja...
CASIVEO: Nos has pillado distraído, Frasquita...
CASIMIRO: ¡Muy distraídos!
CASICASI: ¡Distraídisimos!
FRASQUITA: ¿Qué, planeando alguna de vuestras bromas pesadas?
CASIVEO: (Negando con la cabeza). NooOOoOoo...
CASIMIRO: Hablábamos del tiempo, de si lloverá mañana por la noche...
CASICASI: (Dándole un codazo a Casimiro para que no siga hablando). ...O lloverá la semana que viene al mediodía o...
FRASQUITA: (Lista, aguda). Ahhh, mañana por la noche es el baile, pillastres, espero que no se os esté ocurriendo liarla en el baile...
CASIVEO: (Negando con la cabeza). NooOOoOoo...
CASIMIRO: Hablábamos del tiempo, de... NoooOooo, no pensamos hacer nada en el baile...
CASICASI: (Dándole un codazo a Casimiro para que no siga hablando). ...Ni siquiera vamos a ir, Frasquita...
FRASQUITA: (Mirando al cielo). Pues a lo mejor sí que llueve, me voy corriendo a casa que a mí el agua, psé...
CASIVEO: (Susurra a Casicasi). Es que mojada de lluvia es tres veces más fea, jijijiji...
FRASQUITA: (Cogiéndose las orejas). Lo he oído, botarate, no ves que tengo un oído finísimo...
CASICASI: Nosotros ya nos vamos, que... (Señalando al cielo) va a llover... (Coge a Casiveo y a Casimiro del brazo y se los lleva por el lado izquierdo.)
DOÑA FRASQUITA: (Viendo cómo se marchan los ratones). Ay, espero que no estropeen el baile de este año... ayy... (Sale por el lado derecho). (En OFF:) El año pasado estuvieron tirando petardos toda la noche...
El escenario se queda vacío. De los laterales entran gotas de lluvia y cambian en el escenario la hierba de cartón de colores pardos por otras hierbas de vivos colores verdes, cada gota coge una de las hierbas pardas y la cambia por otra verde brillante, otras gotas le cambian al árbol grande las ramas por otras más bonitas y muy verdes, otra gota se queda al lado de la nubecilla que tapa al sol y cuando todas las demás gotas han terminado y salen de escena, quita la nube dejando un sol grande y brillante. Mira a su alrededor para comprobar que todo está en orden y sale por el lateral derecho.
(...)
No le des vueltas, Justino: para todo problema complejo hay siempre una solución simple. Lo tuyo, la verdad, son ganas de liar las cosas. Porque te aburres, y nada más.
No existen conspiraciones, ni complots para hacer que las cosas parezcan distintas de lo que son.
No existen los conjurados, reunidos en oscuros salones, con una careta cada uno y un cuchillo que se echa a suertes para determinar quién va a ser el asesino.
No existen los subterráneos debajo de los edificios, construidos en tiempos remotos para que frailes siniestros se movieran como topos por el vientre de la noche, el pecado y la traición.
No existen códigos ocultos en las obras de los pintores, ni vale de nada buscar acrósticos inversos en poemas aburridos, atorados en bostezos de tanto como hace que nadie los lee.
No existen archivos secretos en el Vaticano, ni listas negras en las televisiones, ni vetos editoriales. No hay más secretos que los que guardan algunos gobiernos desconfiados por miedo a que les roben no sé qué, y aun esos, son como los tuyos: el número de la tarjeta de crédito, que no es alquimia, ni cábala, sino que lo guardas por precaución.
No existen trapicheos en salones privados, ni gente que se concuerda para sacar más provecho del normal. Eso pasa en las dictaduras, pero en las democracias los políticos saben que eso les puede costar el puesto y se agarran a su escaño como una mancha a un mantel.
No existen comisiones ilegales, ni tráficos de influencias, ni más favores que los normales. Porque es normal que un empresario contrate a su hijo antes que a otro, porque conoce el oficio, y lo mismo es normal que llegue catedrático el hijo del catedrático, y por la misma razón.
No es tan raro que un chorizo y tres camellos aprendiesen en tres días a montar bombas de precisión, ni que luego se suiciden los que pudieron hacerlo antes para hacer doble de daño. No tiene por qué haber nada detrás de las cosas, Justino. Lo normal es que las razones vayan por delante.
Lo que pasa es que tú te crees más listo quela televisión, y que la radio, y que los periódicos.
Eres capaz de creer en Dios y en la Virgen y no en lo que te dicen las personas que saben más que tú. Todo te vale con tal de desconfiar y llevar la contraria y meterte en lo que no te corresponde.
Tienes que pensarlo todo por tu cuenta, y pensarlo torcido.
Y no, Justino, que no: Que las cosas son como las vemos.
No me tomes el pelo, que otra cosa no, pero el sol lo veo todos los días. Y el sol gira alrededor de la Tierra y lo demás son pamplinas: no me quieras convencer de una cosa cuando veo yo lo contrario con mis propios ojos.
Tanto complicar las cosas cuando están claras.
¡Qué ganas de enredar!
Nos fuimos quedando solos: el mar, el barco y nosotros.
Poco a poco fue desapareciendo de los muelles la carga que transportábamos: otros buques más rápidos ofrecían fletes más baratos. Otras fábricas manufacturaban más deprisa. En otros cafetales se pasaba más hambre.
Nos fuimos quedando solos.
Los bancos dejaron de escuchar al armador y los prácticos de los puertos nos dejaban a menuda trasnochar en mar abierto. Amarrar cuesta dinero, y no había dinero a bordo. Ni en la oficina de la naviera. Ni clientes a la espera de nuestro regreso.
Nos fuimos quedando solos.
En Montevideo nos dijeron que no podríamos volver a España. La naviera había quebrado y el barco se vendería como chatarra. El capitán y los doce tripulantes volveríamos en avión. Tampoco teníamos dinero para volver y tuvo que ocuparse de ello la embajada. Al principio se ocuparon de nosotros, pero luego se cansaron de aquellos marineros viejos y malhumorados.
Y nos fuimos quedando solos.
Dormíamos en el barco. Comíamos en el barco. Bajábamos a tierra sólo a enterarnos de la ausencia de novedades. Se arreglaron al fin los visados y once marineros sufrieron la humillación de regresar en un vuelo chárter. El capitán se quedó: sentía que era su deber también en aquel tipo de naufragio. Yo llevaba veinte años como segundo y me quedé con él. En el barco abandonado.
Nos quedamos completamente solos.
Dos semanas tardaron en arreglarse las diligencias para embargar el buque. El capitán tardó tres en enfermar y cinco en morirse. Podría decir que murió de pena, pero no quiero poesías: murió de una angina de pecho. Los marineros se entierran donde el mar los arrastra: no tenía familia y no mandé repatriarlo.
Al barco y al capitán los llevaron al cementerio. En una sucia ensenada esperaban treinta barcos el infierno del soplete. En una recia colina, once millas más abajo, encontré un pueblo de pescadores donde no pidieron nada por cavar una tumba para un marinero más. Para un marinero menos.
Me quedé solo del todo.
Entonces fui a la embajada y arreglé el viaje de vuelta.
El día que me marchaba suspendieron aquel vuelo. Se desató una tormenta que amarró a tierra por igual barcos y aviones. Hubo olas de quince metros y vientos de sesenta nudos.
La tormenta duró dos días y cuando iba a marcharme, me llamaron de la embajada. Era la funcionaria morena que simulaba comprendernos, pero no me hablaba ya como a un niño perdido en unos grandes almacenes: me hablaba como se habla a un mendigo después de saber que en realidad es un millonario disfrazado.
Nuestro barco había desaparecido de la sucia ensenada donde esperaba su final. El fuerte oleaje había sacado varios buques a mar abierto y los había vapuleado a su antojo durante dos días.
Nuestro barco había encallado, once millas más abajo, frente a un recio promontorio, en un pueblo de pescadores, frente a la tumba del capitán. Reflotarlo costaría más de lo que valía su chatarra. Allí se quedaría hasta disolverse en óxido.
Allí se quedaría cien, quinientos, o mil años.
Aquello era el fin. Cogí el avión y regresé a casa. Con una sonrisa de un hombre que no sonríe y un poema de un hombre que no es poeta:
Nos fuimos quedando solos
el mar, el barco y nosotros.
O no tan solos, quizás,
pues no están solos jamás
los fantasmas y los locos.
Cuando lo sabes todo de una persona y el destino insiste en que te reencuentres con ella, el mundo cambia en base a dos voluntades en lugar de una.
Nuestro viaje comenzó hace mucho tiempo. Fue retomado y ahora toca otro descanso. La travesía, la ironía de la vida de un viaje constante para hallar como respuesta un final. Para eso vivimos, pero no me arrepiento del camino. Jamás lo haré.
Me guiñaste un ojo, lo juro, mi mente manipuló la realidad. Me besaste y ese recuerdo es imborrable, por lo que con orgullo lo tengo izado donde el corazón. Nos alejamos, regresamos. No hubo más besos. Vivimos apartados del mundo donde la roca más seca, aquella necrópolis que debía anunciar destinos nefastos, uniones desnudos. Fue cárcel para ti, sin embargo.
Reencuentros en el camino, es lo que mejor nos define. Paciencia, es la virtud que te acompaña. ¿Cómo alguien puede quererme? Me ofusco sin querer mirar tus lágrimas. Siento que mi ego sea tan impertinente, ¿pero era mejor seguir con la falacia? ¿Sentir que de verdad te quiero como mereces? Claro que te quiero, pero ya no es lo mismo que en nuestro último reencuentro, este que nos ha llevado a conocer mundo, a liberarnos gracias a que comprendíamos qué significa estar encerrados en un mismo lugar y rutina. ¿No es hermoso? Dos presos mirando al mar.
Juntos incluso observando la muerte de cerca. Juntos incluso aguantando a sabios locos. Juntos incluso contra la demencia del día. Juntos siendo la misma risa. Juntos... Fue sincero lo nuestro, es así, entre chascarrillos y bromas privadas; teníamos la misma sombra.
Y decido alejarme. Nadie huiría de un idilio hecho realidad. Y me alejo de escenas felices. Me saboteo sin explicación. Y tengo clavada tu mirada por siempre. Mi primer beso, el último engaño. Me has sido alfa y omega, lo has tenido todo para mí. Y, voy, agarro la piedra preciosa, y la lanzo. No doy motivos sólidos. Soy vago en mi pensar y mi proceder. Soy sincero y no suena convincente. No hay nada más en mí. Estoy hueco, donde antes estaba lleno de ti, ahora hay oscuridad. Mi reflejo. Mis ojos metidos hacia dentro. Soy como a quien critico: juntos pero no revueltos. Egoísta, desgraciado. Sin compromiso pero juntos para siempre. Estúpido.
Lo nuestro fue de cuento, por lo que de ese modo hay un final, me temo. Quiero otra clase de epílogo, una continuación que sea también best-seller... A quien quiero engañar, ha sido la soledad la que me ha transformado.
Y recordaré cuando fuimos a los lagos. Las veces que vimos el mar, nuestro cómplice. Los momentos tensos con los demás y las risas de los amigos de verdad. Esas carreteras largas que regalan el horizonte. Fuimos de buen comer y de dormir regular. Señores de días enteros por calles y sorpresas. Descubrimiento, un regalo para personas tan curiosas como nosotros. Emoción en cada esquina. Magos que pintaron escenas que los demás aún no saben valorar.
Tantos nombres que conquistamos. Tanta gente que nos ha hablado... Esto lo tengo tatuado, y sé que tú también. Esta vida la contaré con orgullo gracias a ti. Por eso no quiero perderte.
Qué hueco me siento. Me he quedado partido por la mitad. Por desgracia, no brota sangre. Hace tiempo que no lo hace. Y sin sangre, el corazón no late. Soy estatua ahora mismo. Una de esas que se tapan el rostro con las manos. No quiero hacerte más daño, así que no pestañees. Pero juro que no quiero hacerte daño, pero es mi naturaleza la que está siendo cruel. Aún no me conozco, y para variar lo he pagado contigo. Soy un perro encerrado en sí mismo y por lo tanto consigo mismo. Una celda estrecha es mi pecho, y va a reventar.
Lo siento.
-¿Entonces no tenéis guerras nunca, no habéis tenido guerras antes?
-No. Cuando ha habido algún conflicto teórico sobre algún tema y no nos poníamos de acuerdo lo que hacíamos era que “lanzábamos hafgiu” y el resultado era lo que hacíamos. Ese proceso de lanzamiento hafgiu es un proceso matemático de azar. Nos encanta el azar.
-¿Y conflictos con otras civilizaciones? ¿Habéis conocido a otras culturas?
-Conocemos varios mundos habitados por bugihel, seres sentientes, en diferente grado... Los que ya saben cómo viajar instantáneamente a cualquier lugar del universo, los que llamamos "1101", no están interesados en conocer a nadie, están dedicados a crear nuevos universos en otras dimensiones, al menos los dos grupos que hemos conocido y que apenas pudimos comunicarnos con ellos. Los que no han descubierto aun ese tipo de viaje y siguen limitados por la velocidad de la luz quedan demasiado lejos para que el viaje sea factible.
-Pero la lucha por el espacio vital es una constante en las leyes de la selección natural.
-Sí, pero si mantienes un equilibrio con tu entorno no hace falta ser hostil.
-Oye, y eso de que os gusta el azar...
-Es maravilloso, nos hace pensar con más rapidez soluciones ingeniosas o resolver cuestiones.
-Pero la ciencia se dedica a predecir lo que sucederá con las reglas que tiene...
-La profunda es profunda.
-¿Qué?
-Un fallo de traducción. Espera. Que la ciencia más profunda se rige por comportamientos olikui, algo como “azar misterioso”, no porque sea misterioso sino porque a veces es una cosa y a veces es otra por la muergubiliatorni, energía de voluntad.
-No entiendo.
-Imagina que las subpartículas, como las llamáis vosotros, tienen vida... Ah, espera esto lo estamos hablando con “armónico 56h”, otro humano que es astrónomo... y tampoco lo entiende... Mejor lo dejamos, no creo que te lo pueda explicar.
-Y otra cosa... ¿cómo conocéis mi idioma tan bien? ¿Un traductor universal o algo así?
-No, no tenemos ni idea de cómo es tu idioma, ni siquiera usamos palabras para comunicarnos, accedemos directamente a tus pensamientos y plantamos conceptos directamente en tu mente que tú traduces en tu propio lenguaje, de ahí los problemas de traducción a veces.
-Y cómo os comunicáis entre vosotros.
-Emitimos ideas que procesan los demás.
-¿Como si fuera telepatía o algo así?
-No. Cogemos las ideas del vacío de la nada, que ya sabes que no está vacío, las condensamos y las emitimos a otros, quien quiera coge esas ideas y las procesa y quien no quiera, no.
-No entiendo cómo podéis ser tan avanzados en todo.
-Oh, no lo somos, hay mundos donde están diseñando universos en otras dimensiones, recuerda lo que te he explicado hoy.
-¿Y cómo sois físicamente?
-Ah, ya te lo he contando antes, pero te lo explico otra vez... Tenemos una estructura superficial hecha de sílice y otros elementos, el interior es una combinación gaseosa y sólida de órganos funcionales, hay partes con las que procesamos la energía en forma de gas y partes con las que procesamos energía en forma sólida. Nos alimentamos de energía sólida y de energía gaseosa como cianuro, nitrógeno, argón. También tenemos unas especie de plumas, o lo más parecido en vuestro mundo, con las que gestionamos la energía de la luz de nuestro sol rojo.
-¿Tenéis piernas, brazos, dedos...?
-Sí y no, nos desplazamos a veces haciéndonos menos pesados que el aire o a veces nos movemos con la parte inferior del cuerpo sólido que tiene una capa de mucosa pegajosa. Para manipular objetos creamos apéndices concretos para coger, aplastar, doblar, palpar, dependiendo de lo que queramos hacer.
-No debe ser una visión agradable para nosotros.
-Oh, tenemos colores exteriores tornasolados que creo que os gustarían.
(Febrero, 2008. 3ª parte de 6.)
Son hermosas las horas que perdemos si en el perderlas, como en un jarrón, ponemos flores.
Quedó como Dios el poeta, pero, ¿qué flores pueden ponerse en el jarrón de una sepultura que no se enfría? Si acaso las de Baudelaire, y pare de contar.
Porque todos tenemos una idea clara de lo que se debe hacer cuando queda inútil una persona a la que queremos, y estamos seguros de que estar a su lado es la postura humana, la ética, y hasta la única posible. Decimos a la familia que yo me ocuparé de él, y lo decimos de corazón. ¿pero qué pasa luego?, ¿quién cuenta los días?, ¿qué ocurre cuando los calendarios se juntan en rebaños de alas negras girando sobre el silencio?
La medalla que dan al mutilado no vale más que su pierna. Ni la admiración del mundo entero por la abnegación y el sacrificio tampoco más que la vida, afantasmada en jirones de lo que pudo haber sido. ¿Ha visto alguna vez las esfinges, a la puerta de los templos? Así me sentía yo.
Tiene un nombre el que da la vida porque lleva vida dentro y tiene nombre también el que propaga la muerte. El primero no lo sé porque nunca he sido madre; el segundo es Satanás, me da igual si es o no es culpable.
¡Y aún hablan de los aztecas, con su sacrificios humanos! ¿Y qué es lo mío? Por lo menos el que moría en la piedra del ritual creía servir a un dios, ¿pero a quién sirvo yo? A un hoyo. Porque es un hoyo. Porque cuanto más le quitan, más grande es. Y más me traga. Y más me entierra.
No sé por qué lo hice. Sé sólo que una mañana salí a comprar pan y fruta y me encontré en la estación. No pensaba hacerlo. No pensaba irme tan lejos. Claro que sabía que sin mi no podía valerse, y por supuesto que agradezco de todo corazón a la vecina que llamase a la ambulancia, e incluso a la policía. Y me alegro de que en el hospital pudieran salvarlo. ¿Qué se cree que soy?
Fue sólo un error. No volverá a suceder.
Perdone, señor Juez. Creí estar viva otra vez. Claro que volveré con él. Sólo fue un espejismo.
Muy corto. Decían que Gabriel era muy corto, tan corto que llegaba con lo justo para opinar de cualquier tema. Con él una charla se volvía un cuento infantil, donde todo tenía un final feliz. Gabriel tenía un optimismo natural, porque todo y siempre se podía solucionar. Recordaba muchos cuentos de esos que nos leían de niños. Todos sabían que Gabriel era así y que era feliz y hacía feliz a todo el que le rodeaba. A veces, no parecía tan corto y no gustaba a los demás, que preferían al otro Gabriel, al de los cuentos con final feliz. Él se reía cuando alguno le llamaba "Grabiel", una de esas personas que sólo contaban cuentos con final triste y terrible. Se reía.
(2001.)
El Gorrión, imagen animada por Asralore.
Hace un año vi un gorrión con tres ojos. Era completamente normal pero voilà!, de repente abrió su tercer ojo. Se había posado tranquilamente en el quicio de la ventana y cantaba. Cierto es que cantaba de una forma sumamente extraña, de una forma que uno no creyera que pudiese cantar un gorrión, o siquiera un pájaro. Emitía pequeños chillidos agudos entrecortados por una especie de graznidos graves. Su canto no era normal, eso estaba claro. Al rato ya me había empezado a dar dolor de cabeza. Lo intenté espantar, pero no hubo manera. Cerré la ventana de golpe para asustarlo pero ni aún así. En vez de quedarse aplastado contra el marco de la ventana apareció tan tranquilo encima de mi mesilla, sin recorrer la distancia que hay de la mesilla a la ventana. Fue entonces cuando me quedé paralizado al observar su tercer ojo abrirse en medio de aquella minúscula frente.
A continuación, empezó a susurrar palabras extrañas en algún idioma que me sonó a nórdico. Después empezó a chillar en ese mismo idioma con un tono de urgencia que me asustó. Pasó al francés y luego a algo parecido al ruso, como serbio o búlgaro, no tengo ni idea. Probó unos cuantos idiomas más, de los cuales el único que reconocí fue el suomi (finlandés), hasta que llegó al italiano. Ahí ya le dije que se diera prisa en pasar al español, lo cual parece que entendió en mi macarrónico italiano, pues al poco tiempo ya estaba hablando castellano.
Sin embargo, mi desilusión al esperar un gorrión inteligente fue de esperar. El gorrión no dominaba apenas el español y yo casi no le entendía. Por algo empezó hablando danés o sueco, me dije. Resignado ante la idea de un gorrión de tres ojos capaz de hablar en varias decenas de idiomas distintos pero desconocedor absoluto de los idiomas romances o latinos, me tumbé encima de la cama. El gorrión no debió darse por aludido y siguió hablando de esa forma tan peculiar que tenía que parecía una mezcla entre un japonés y un estadounidense intentando hablar español.
Me harté de su incompetencia con los idiomas y le mandé a freír espárragos para seguir estudiando. Empero aquel gorrión estaba decidido a darme la tarde y con sus quejidos espantosos me pidió su atención.
A lo largo de diez terribles minutos de incomprensión deduje que quería llevarme a algún sitio con problemas asociados a la presencia de un terrible y maquiavélico Señor Maligno que amenazaba una tierra resplandeciente y hasta entonces pacífica.
Me sonó tan patético que le di una patada, haciendo que rodase por la alfombra. Le pregunté que qué ser era realmente y a qué había venido a mi habitación (a parte de a molestarme). Como era de esperar no se rindió tan fácilmente y siguió con su perorata ridícula del País De La Magia Amenazado. Le cogí de un ala pero antes de que le hiciera nada se apresuró a confesar.
Dijo (en un perfecto castellano) que era un cambia-formas a sueldo dedicado a la estafa profesional y al secuestro. Como su historia tampoco me convencía, lo llevé al baño y empecé a mojarle con la ducha. El gorrión de tres ojos me dijo que (realmente) necesitaba mi ayuda, pero no para salvar aquel País de la Magia, sino para controlarlo mejor porque se les estaban poniendo las cosas realmente difíciles, debido a la presencia inesperada de un héroe nacional.
Le dije que estaría encantado de dirigir un imperio y demostrar de una vez por todas que los Señores Malignos no son tan estúpidos como siempre se ha dado a entender en las películas.
Le pregunté que porqué rayos había escogido esa forma para pedir mi ayuda y me dijo que era un gorrión totalmente corriente (creo que no se daba cuenta de que era azul) sólo que le habían poseído de pequeño tres Garrapatas del Mal y le habían hecho crecer un ojo totalmente inútil.
Así se desmoronó mi teoría de que todos los terceros ojos sirven para ver el futuro, de que los gorriones no tienen enfermedades graves y no están idos de la olla y por último de que no se puede administrar correctamente un Imperio sojuzgado con las armas y ser además el Poderoso Guardián de las Pesadillas.
Realmente no les estaría mal a todos esos fracasados que no lograron nada antes que yo pensaran un poquito y se dejasen de risas malignas y tomaran ejemplo de mí.
Saludos a todos mis súbditos con acceso a la red.
Relato publicado por primera vez el 05/05/2008.
La imagen es animada, si no la ves animada es porque tu navegador no soporta APNG. Versión en gif: El gorrión por asralore. Comisioné la imagen para ilustrar el relato.
Comentario: Es una inversión del tropos de malvado estúpido. El protagonista del relato es un malvado inteligente. Está inspirado en la lista "100 cosas que haría si fuera un Señor del Mal".
Descargo de responsabilidad frente a animalistas: no apruebo la violencia gratuita hacia los animales.
I
¿Pero usted, a qué ha venido? ¿A que le demos el visto bueno a un reportaje que ya tenía escrito o a saber de verdad cómo son estos centros? Sea honrada, mire a la cara a la gente y con el tiempo, en alguna parte, hará ese programa con el que sueña seguramente. El que la saque a hombros de la televisión local para llevarla a una cadena nacional.
No, tranquila: no me las doy de psicólogo. Es que se le nota. Se le nota a la legua que viene a cumplir el expediente y que considera casi una ofensa que la hayan mandado aquí. No hay más que ver cómo va vestida. Si hubiese ido a entrevistar a un famoso se hubiese arreglado un poco, pero total para ir a ver el geriátrico, no hace falta. ¿A que pensó eso antes de salir de casa?
Pues aquí puede haber un buen reportaje.,. Uno cojonudo. De los mejores. No se rinda y mire a su alrededor. Mire con otros ojos. Con esos que pone ahora de mala leche.
¡Ríase, joder! Cáigame bien. Un gilipollas que le habla como le hablo yo tiene siempre algo que contar. Piense que no va a casarse conmigo, que sólo me tendrá que aguantar un rato, y que para su trabajo es fundamental caer bien a los bocazas. ¿O cree que el director o el administrador le contarían lo que le voy a contar yo? Yo soy un pringado que trabaja todos los días con los escombros del ser humano y se ha encontrado hoy, de chiripa, una chica guapa en el trabajo. ¿No soy el tipo de idiota ideal al que se le puede sonsacar algo? ¡Pues aproveche! ¡Sonría, cáigame bien y aproveche!
Eso está mejor.
A nosotros eso que pregunta de la ley del tabaco nos trae al fresco. Aquí hace muchos años que está prohibido fumar en todo el edificio, pero los celadores tenemos la costumbre de echarnos un cigarro, justamente en esta planta. En cualquier otro sitio, podría quejarse uno de los prisioneros, o de los huéspedes, que es como hay que llamar a los internos del geriátrico, pero los de la tercera planta son inofensivos. Le llamamos la planta de Víctor Hugo, porque aquí se juntan sus dos mejores obras. ¿No cae? Nuestra Señora es el nombre de la residencia, sí. ¿Cual a es la otra? Efectivamente: los miserables.
No, no. No piense mal, que no es nada de eso. No es porque en la tercera planta tengamos a ancianos con alzheimer, o a los pobres de solemnidad, ni a los enfermos terminales. No, que va. Esa sería la planta de Dickens, que también la hay. Luego si quiere la llevo a dar una vuelta por allí si le apetece hacer un reportaje lacrimoso y tal, con muchos viejecitos a los que los echaron de su casa porque no les llegaba la pensión para el alquiler, o porque le actualizaron la renta, o porque no les quedó más que media pensión, media mierda, cuando se quedaron viudas...
Pero esa, para otro día, o para luego, si quiere. Ahora le cuento lo de la tercera planta y por qué venimos aquí a fumar. Si apaga la grabadora se lo explico.
Sí, sin grabadora. Usted luego cuente lo que quiera y yo negaré lo que me dé la gana.
Venimos a fumar aquí porque en la tercera planta están los ancianos sin hijos, y cuando se tienen ochenta años, una pensión cedida por contrato a la residencia y nadie que te defienda en el exterior, estas jodido.
No me mire así, señorita. Usted ha venido aquí a conocer de primera mano la situación de estos centros, ¿no? Pues yo se lo cuento y luego usted escribe lo que le parezca, pero sin grabadora. Y si se escandaliza con tan poca cosa habría que verla a usted de corresponsal de guerra en Darfur, o en uno de estos conflictos tribales asquerosos como el de Rwanda, o el de Yugoslavia, que también por Europa manejamos el concepto ese de tribu, aunque nos las demos de avanzados.
En esta planta, como le decía, están todos los solterones, antiguos vividores, calaveras, viudos y divorciados sin hijos y algún que otro matrimonio sin descendencia. En general son gente que dejaron pasar los años de su juventud alejando la posibilidad de tener hijos porque les entorpecerían su vida profesional o porque exigían un tiempo y una responsabilidad que no podían o no querían dedicar.
Sí, sí, señorita. Me parece una opción como otra cualquiera. Muy digna. Como tirarse desde un puente. Allá cada cual.
¿Que no compare? ¡Cómo no voy a comparar! El que se tira desde un puente va hacia la muerte, y estos además de hacia la muerte van hacia la extinción.
Sí, ya sé que el mundo es una mierda y que hay gente que no quiere traer personas al mundo, pero ¡coño!, ¡ellos no se marchan, no! Porque si tan asqueroso es el mundo, ¿cómo es que no se cuelgan de un árbol? No, eso no. Aunque estén hechos una porquería, no faltan a la consulta del médico ni medio muertos. Y cuando se enteran de que una noche no está el médico o ven que nieva, lo primero que preguntan es “¿y qué pasa ahora si alguien se pone malo de repente?
Mire, señorita: después de veintiséis años trabajando en el geriátrico le aseguro que he hablado con ellos más que cualquiera. Y también hay algunos que no pudieron, por alguna enfermedad, o perdieron a los hijos por alguna desgracia, y a esos, discretamente, los trasladamos abajo. Aquí están sólo los otros. Y no me venga con películas a los Ingmar Bermann, que en este sitio no estamos para filosofías: no es que no tuviesen hijos porque el mundo les parecía una porquería. Lo que ocurría es que consideraban a los hijos una especie de competidores: seres dispuestos a robarles el tiempo, la atención y el dinero que querían dedicarse a sí mismos. Pensaban en un niño y se ponían celosos, porque el único niño de la casa tenían que ser ellos. Eso pasó. La inmensa mayoría reconocen que podían haber mantenido perfectamente a un crío o dos, pero eso les hubiese obligado a amoldar sus vacaciones a las épocas escolares, o les hubiese forzado a renunciar a un coche nuevo, o a salir a cenar con su pareja, habitual o eventual según los casos.
Lo que hicieron fue eliminar competidores. Sólo eso. No le dé vueltas. Así que ahora, les toca comerse el humo de nuestros cigarros, las sobras de ayer, o lo que les echen.
Así que los miserables somos nosotros, ¿eh?, Osea que se pone de su parte. Muy bien. ¿Cuantos años tiene usted, si me permite la pregunta? A su edad se le puede preguntar todavía sin ser impertinente. ¿Veintisiete?
Pues estos que ve aquí son los que la hubieran tirado a la papelera de una clínica de abortos para que no les estropease unas vacaciones. Y a sus vacaciones le hubieran llamado causa socio-económica.
Así que ahora, a joderse.
Y si alguno se pasa de listo, el médico del centro lo declara incapaz por enajenación mental, y se acabó.
¿Los sobrinos, me dice?
No me haga reír. Si incapacitamos a alguno, los sobrinos encantados, por supuesto.
De los parientes hablamos otro día. Y hasta de los hijos de algunos de otras plantas, si quiere. ¿Ve como se podía hacer un buen reportaje en este sitio?
Ahora queda en su mano. Material le he dado, y de primera.
A ver lo que le sale.
II
—¿Pero qué te pasa, Susana?
—Nada. No sé. Me he despertado sobresaltada.
Mario se pasó las manos por la cara. En las últimas semanas su mujer se despertaba con pesadillas en medio de la noche. Tenía que entrar a trabajar a las ocho al día siguiente, pero decidió tomárselo a broma de todos modos.
—Que me despiertase el niño, si lo tuviésemos, me parecería normal. Pero esto... ¿qué te pasa?
Susana se acurrucó contra él.
—De eso mismo iba la pesadilla.
—Cuéntame —rogó él.
—No, déjalo.
—Cuéntame, anda.
—No sé... Ya no lo recuerdo. Pero mira, sí. Ya está. Vamos a ir a ese sitio y vamos a intentar tener un hijo.
—¿De veras? , ¿lo dices en serio?
—Sí. Lo digo en serio. Vamos a intentarlo —confirmó ella.
—¿Así, de pronto?
—Estas cosas se hacen de pronto, ¿no?
Mario la estrechó contra él.
—Vale. ¿Y lo has decidido en el sueño?
—Sí, algo así.
—¿Y que soñaste?, ¿fue algo del trabajo?, ¿una entrevista o algo así? Una vez soñaste que ibas a hacer un reportaje a un campo de exterminio nazi y te despertaste sudando... —recordó él.
—No lo sé... No, no fue nada del trabajo. Estaba en un sitio oscuro y se encendía una luz. Había mucha gente, una verdadera multitud. Nos llamaban y acudíamos tú yo de la mano, solos. Preguntaron si venía alguien más con nosotros, o si alguien nos defendería y dijimos los dos que no.
—¿Era un juicio?
Susana sabía que estaba mintiendo pero no quería contar su verdadero sueño. Le parecía demasiado mezquino.
—Sí. Era un juicio y no teníamos a nadie que nos defendiera. A los demás los defendían sus hijos, peor nosotros no teníamos a nadie.
—Ya, entiendo que te angustiaras. ¿Y qué clase de juicio era?
—Era el Juicio Final.
En noches perpetuas de blancos colmillos danzaron los sueños de tu juventud: boleros de llanto, mazurcas de miedo al ritmo mellado de un cielo voraz. Olvida conmigo el tiempo marchito, enlaza mi mano y siente este vals.
Quizás las palabras no tengan sentido, quizás el crujido del viejo temor crepite en tus ojos, tus brazos, tu vientre, atando al silencio la luz de tus pies.
Bailemos ahora el vals del ciprés.
Bailemos ahora un vals de promesas que a nadie le importan, un vals de almanaques sin tierra y sin voz, el vals de las años perdidos en guerras, sin paz, sin victoria, en escaramuzas de desolación. Bailemos heridos de púrpuras sombras en círculos locos, elipses de amor, bailemos el vals de los viejos salones, sepulcros vacíos, pirámides huecas llorando los huesos de su faraón.
Bailemos por todo lo que se perdió.
Y si hay todavía eternos retornos, albures perpetuos o bucles sin fin, traeremos a lomos de esta melodía los años cautivos en Siempre Jamás, los años marchitos que ya sólo esperan para rebelarse el son de tus pasos bailando este vals.
Género menor,
con pies helados
de corredor
y de rimas breves.
Discretos en lírica,
de dialéctica pequeña,
malabárica.
Oda elemental,
simple como la borriqueña,
apretada y temperamental.
Dadá de la poesía,
pequeña pero engolada,
con luces de malvasía
y dejando sólo el resto de la molada.
Adiós, oda,
hola, ola,
olas y odas.
menéame