No le des vueltas, Justino: para todo problema complejo hay siempre una solución simple. Lo tuyo, la verdad, son ganas de liar las cosas. Porque te aburres, y nada más.
No existen conspiraciones, ni complots para hacer que las cosas parezcan distintas de lo que son.
No existen los conjurados, reunidos en oscuros salones, con una careta cada uno y un cuchillo que se echa a suertes para determinar quién va a ser el asesino.
No existen los subterráneos debajo de los edificios, construidos en tiempos remotos para que frailes siniestros se movieran como topos por el vientre de la noche, el pecado y la traición.
No existen códigos ocultos en las obras de los pintores, ni vale de nada buscar acrósticos inversos en poemas aburridos, atorados en bostezos de tanto como hace que nadie los lee.
No existen archivos secretos en el Vaticano, ni listas negras en las televisiones, ni vetos editoriales. No hay más secretos que los que guardan algunos gobiernos desconfiados por miedo a que les roben no sé qué, y aun esos, son como los tuyos: el número de la tarjeta de crédito, que no es alquimia, ni cábala, sino que lo guardas por precaución.
No existen trapicheos en salones privados, ni gente que se concuerda para sacar más provecho del normal. Eso pasa en las dictaduras, pero en las democracias los políticos saben que eso les puede costar el puesto y se agarran a su escaño como una mancha a un mantel.
No existen comisiones ilegales, ni tráficos de influencias, ni más favores que los normales. Porque es normal que un empresario contrate a su hijo antes que a otro, porque conoce el oficio, y lo mismo es normal que llegue catedrático el hijo del catedrático, y por la misma razón.
No es tan raro que un chorizo y tres camellos aprendiesen en tres días a montar bombas de precisión, ni que luego se suiciden los que pudieron hacerlo antes para hacer doble de daño. No tiene por qué haber nada detrás de las cosas, Justino. Lo normal es que las razones vayan por delante.
Lo que pasa es que tú te crees más listo quela televisión, y que la radio, y que los periódicos.
Eres capaz de creer en Dios y en la Virgen y no en lo que te dicen las personas que saben más que tú. Todo te vale con tal de desconfiar y llevar la contraria y meterte en lo que no te corresponde.
Tienes que pensarlo todo por tu cuenta, y pensarlo torcido.
Y no, Justino, que no: Que las cosas son como las vemos.
No me tomes el pelo, que otra cosa no, pero el sol lo veo todos los días. Y el sol gira alrededor de la Tierra y lo demás son pamplinas: no me quieras convencer de una cosa cuando veo yo lo contrario con mis propios ojos.
Tanto complicar las cosas cuando están claras.
¡Qué ganas de enredar!