Si conducimos por la carretera a 100 km/h y nos adelanta un coche a 220 km/h, nos parecerá que el muy colgado se está alejando de nosotros a 120 km/h, pero esa no es su velocidad real, que es la que lleva respecto al suelo. Para conocer esta velocidad se necesita un observador externo que esté quieto, como un radar de tráfico, que medirá su desplazamiento en 220 km/h. Pero este concepto tan simple e intuitivo se desmorona cuando intentamos aplicarlo a la luz.
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