Hemos de discernir las ideas de las creencias. Hay que distinguir cristalinamente las opiniones de los argumentos. La opinión es la moneda ínfima del pensamiento; no es más que afirmar una cosa. En cambio, un argumento implica que explicamos por qué la afirmamos, poniendo sobre la mesa las razones, buenas o malas, que nos conducen a nuestras conclusiones. Con eso se puede trabajar, cabe el contraste y la refutación, un diálogo inteligente; antes de eso solo hay cháchara, likes, bovino asentimiento, o peor: zascas e improperios.
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