Dos eran las obsesiones de los censores de películas durante el franquismo: la política y el sexo, y no necesariamente por ese orden. En su intento de esquivar pecados deplorables a los ojos de Dios, la censura logró la cuadratura del círculo al convertir una infidelidad en un incesto (‘Mogambo’), convertir a otro infiel en merienda para los tigres (‘Las lluvias de Ranchipur’) o trastocar el desesperanzador final de ‘El ladrón de bicicletas’ en el happy end más impostado de la historia del cine
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