La estupidez funcional no es propia de auténticos estúpidos, sino de profesionales perfectamente capaces e incluso muy inteligentes. Spicer y Alvesson los identifican como los sumos sacerdotes de este mandamiento idiota: no provoques problemas y no le digas a la gente las malas noticias que no quiere oír. La clave es que, al igual que en el colegio, tendemos a querer formar parte del augusto rebaño, de la tribu, el mundo de los trabajadores que ascienden o esperan ascender pronto, en el paraíso de los integrados.
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