Son libaneses y amigos de Israel. Algunos son hijos de quienes, durante la guerra civil, obedecieron las órdenes de Ariel Sharon y masacraron a más de dos mil palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. Otros son los que lamentan: ‘Akáluna ax-xí’a’ —‘Los chiíes nos han comido’—, y sueñan con volver al Líbano inmediatamente posterior a la independencia de Francia, en el que los cristianos eran mayoría demográfica y política. Todos ellos culpan a Hezbolá e Irán de arrastrarlos a una guerra que no piensan luchar.
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Debajo de los escombros de alguna bomba israelí o en busca y captura por crímenes contra la humanidad. Tel Aviv no paga a traidores.