La sociedad siria no ofrece un entorno seguro para que la violencia sexual se haga pública, se normaliza la violación y, a menudo, culpa a la víctima a través de una cultura construida sobre el honor y la vergüenza. A menudo, las supervivientes son marginadas o alentadas a ocultar su pasado. Esto hace que sea aún más peligroso hablar sobre los abusos, y el resultado es doble: la violencia sexual se ha convertido en una táctica de represión y miedo devastadora y común en Siria, y la documentación de los incidentes se ha convertido en un desafío.
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