La culpa fue de un virus. Nos quedamos encerrados en casa y, muy poco a poco, empezamos a salir. Y descubrimos, de repente, que se podía hacer vida andando, a un kilómetro de casa; que los vehículos privados, casi sin uso semana tras semana, ocupaban demasiado espacio público; que pasar dos horas al día en el coche para ir al trabajo era, en muchísimas ocasiones, innecesario.
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