Los pueblos afectados por la instalación de explotaciones porcinas de gran tamaño se dividen entre aceptarlas o plantar cara. En Cerecinos de Campos, la quietud reina sin oposición durante el mediodía de un lunes de enero. El movimiento solo se percibe en los camiones que salen de la autovía para detenerse a comer en el restaurante del pueblo, en cuyo interior hay amplia mayoría de forasteros. Por sus calles, tampoco hay rastro de carteles o pancartas, pero una parte de su población lleva tres años movilizada contra la instalación de un negocio
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