Treinta años después de que entrase en vigor la Ley de Costas, el litoral español exhibe en Vigo uno de sus mayores anacronismos. Enfrente de la playa de O Vao —si no la más turística, desde luego la favorita de la mayoría de los vigueses— se encuentra el paradisíaco islote de Toralla, de apenas 10 hectáreas. Al final del puente que conecta arenal e isla, una barrera impide el paso a extraños. Solo residentes y sus invitados pueden entrar en este pequeño vergel salpicado por 30 selectos chalés que llegan hasta donde rompen las olas.
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