Esta vez no pudieron engañarlos. Las numerosas esculturas y monumentos en los tejados y azoteas del centro de Madrid habían sido pintados de negro (incluso hoy en día algunas de las cuadrigas que todavía existen conservan ese color), sustituyendo al intenso oro que facilitaba la localización de objetivos a la aviación fascista. La ciudad vivía a oscuras, no tanto por los continuos apagones sino para precisamente «cegar» a los aviadores que portaban la muerte. Nadie pensó que se llegaría a ese nivel de barbarie.
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