Stephen King lo deja bien claro: él pasa de jugar, por tanto, no es una defensa a ultranza de alguien que se entusiasme por los videojuegos. Lo que le fastidia es que los legisladores y políticos de su país utilicen la violencia, sobre todo en los videojuegos, pero también en el cine y la literatura, para dejar de lado el verdadero meollo del asunto. Un deporte que, al parecer, practican los dirigentes de todo el mundo.
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