(...) La sociedad catalana lleva enferma desde hace muchos años, casi tantos como la española, pero se siente muy contenta con los curanderos que le aseguran un bienestar eterno. Ahí tienen a Pujol, nadie le para por la calle para llamarle estafador, que sería un epíteto. Tampoco se lo dedican a Artur Mas, el que nos conducía a Ítaca y que ahora no se pierde sarao y aún aspira a llevarnos de nuevo en otro barco. Son tan insaciables ellos como servil la sociedad que los encumbró.
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