Alguien dijo aquello de tristes tiempos cuando debemos alzar la voz para defender lo evidente. Sin embargo, entre tanto revuelo de sotanas, se hace necesario recordar al integrismo nacional-católico ciertas verdades. Al contrario de como nos lo presentan los parabolanos del siglo XXI, abortar es siempre un trauma para la mujer que lo sufre: ninguna mujer abortaría por gusto o por placer, del mismo modo que nadie se sometería con placer a la amputación de un pie.
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