La tragedia de la desaparición de una especie es nuestra, no suya. A nosotros nos da pena. Nos sentimos culpables o nos sorprende cuando sabemos que una especie va a extinguirse. Sin embargo, es improbable que al último rinoceronte le preocupase esto. En su lugar, debía preguntarse por qué estaba solo. [...] ¿Dónde estaban todos los demás? ¿Por qué no conseguía dar con ellos? Sudán recorría a diario y en semilibertad los terrenos libres de cazadores de Ol Pejeta, quizá preguntándose si pronto vería a otro rinoceronte blanco pastando.
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