Durante demasiados años, Juan Carlos I ha sabido presentar a la ciudadanía un impostado carácter personal cercano siempre a la simpatía, a la sencillez, a la solidaridad y a un acercamiento hacia sus súbditos. Sin embargo, su verdadera personalidad terminaba por salir, cual Bruce Banner, estallaba de la forma más imprevista y sacaba a relucir su verdadero «Yo»: una descarnada personalidad muy poco agradable y presta siempre al ataque más inmisericorde.
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