A finales del año pasado escribí un artículo que quiero que se convierta en una tradición: un repaso de todas las cosas en las que me he equivocado. La idea es que cualquier opinador debe ser capaz de evaluar su propia competencia revisando todas las bobadas que ha dicho durante los últimos doce meses. Es una forma de recordarnos a nosotros mismos que somos mortales, por un lado, y avisar a todos los lectores insensatos que hacen bien de fiarse de lo que escribimos que en el fondo también somos unos patanes.
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