Es especialmente molesto en ambientes laborales: llegas a una reunión y, si eres mujer, te toca dar dos besos a cuatro o cinco hombres a los que no conoces de nada y por los que no sientes ningún tipo de afecto. Como si fueras su sobrina o su querida. Como si en realidad, tú solo estuvieras jugando a las oficinitas con tu trajecillo de mujer profesional a sabiendas de que tu verdadera función es dar esos dos besos tan campechanos y domésticos.
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