El detritus del que nos alimentamos no es otro que los tesoros energéticos fósiles que nuestra especie aprendió a explotar y que han permitido que en un intervalo de tan solo doscientos años multiplicásemos por siete la población mundial, la cual se había mantenido hasta el siglo XIX siempre por debajo del millardo de personas. Lo que debemos afrontar es que si nuestra especie ha permitido que su población aumente hasta niveles insostenibles mediante el consumo irrefrenado del detritus, va a sufrir antes o después un colapso de su población.
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