Después de cada atentado, hay una serie de prácticas y de afirmaciones que se repiten insistentemente. Una de ellas, quizá la más perturbadora, y lleva ocurriendo así desde el 11-S, es que quienes cometieron los atentados estaban bajo el radar de los servicios de inteligencia y de seguridad. Había alertas evidentes de que eran personas potencialmente peligrosas, y aun así no se las investigó o no se las sometió a vigilancia.
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