De la naturaleza del trabajo

Hasta los punkys lo sabían. De hecho eran los que mejor lo sabían. Que algo está roto, que algo no funciona, que así no vale la pena. No future y todo aquello.

Y sí, las mil causas de la izquierda: el antibelicismo, el animalismo, el feminismo… Pero en realidad nada de eso resuelve la cuestión de fondo. Y es un asunto que, antes que desde la política o desde la economía requiere ser analizado en términos biológicos.

Todos los movimientos de contestación social y política lo saben, tienen esa insatisfacción, estacional o perenne, sin saber de donde procede. Sin saber cuál es realmente el problema.

Trabajo es un término que se utiliza en física, equivale a una energía. También se utiliza en economía, sobre todo de la buena, de la de hace dos siglos.

En psicología, el término con el que se suele definir el mismo concepto es esfuerzo. Y se estudian los mecanismos de esfuerzo y recompensa. En la naturaleza, los seres vivos realizan un trabajo, un esfuerzo, para obtener esa recompensa.

Esa recompensa tiene una doble vertiente: en el plano neurológico se vehicula a través de una serie de neurotransmisores (dopamina) y en el plano físico externo se materializa en un trabajo realizado.

Es común la noción de satisfacción de “el trabajo bien hecho” y más que obvio que, cuando se realiza un trabajo, su recompensa es verlo realizado y disfrutarlo. Ya sea cocinar un plato o construir una casa.

Pero así no es como funciona lo que llamamos trabajo en el mundo que conocemos. Ése es el problema que quiero exponer, y ya aviso que nadie tenga la tentación de pensar que sin trabajar se puede librar de las consecuencias del escenario creado. La satisfacción en este último caso sólo puede provenir del carecer de otra situación con la que comparar y de la falta de imaginación para recrearla.

El hecho es que a través de las estructuras industriales se han generado unas condiciones laborales donde el esfuerzo tiende a ser el máximo posible y la recompensa la mínima posible. Desde el punto de vista exclusivo de la producción se puede llamar optimización.

Sucede que la producción no es un fin en sí mismo, o no debería. Al final debería estar al servicio de aquellos que la generan. Por lo que cualquier optimización en un extremo de la cadena productiva va en detrimento de las condiciones del extremo opuesto.

La cuestión es que aquí el trabajo cubre la mayor parte de las horas de nuestra existencia consciente y la recompensa termina siendo a veces poco más que pagar las facturas del mes. En algunos casos ni eso.

El trabajo se realiza sin más recompensa que mantener las condiciones para poder seguir realizando el trabajo. En función del equilibrio de ingresos y gastos, el excedente desaparece vía plusvalía.

Y además, el trabajo desarrollado, es a veces totalmente ajeno a cualquier interés del trabajador, siendo un medio indirecto para la consecución de sus fines últimos.

La especialización tiene un precio a pagar en términos de satisfacción biológica, reduce la perspectiva de los sujetos a la hora de interpretar su propia existencia y crea en cierta medida las condiciones de esas sociedades aciagas que ya hace casi medio siglo se avisaba que no tenían futuro.

El mundo, la economía, está mucho más diseñada como una colonia de esclavos que como una sociedad sana y equilibrada.

Cuando en las capas bajas de la sociedad, que son las mayoritarias, no se genera excedente, tanto en tiempo como en medios materiales, para la consecución de sus propios objetivos y no existe una satisfacción directa como resultado del trabajo realizado se crea el caldo de cultivo de la destrucción de tal organización social.

Y sí, al final hablamos del mismo problema de siempre que conocemos bien: la desigualdad, la precariedad, los bajos salarios, el trabajar 11 meses al año 8 horas al día en una espera perpetua de un fin de semana que siempre se acaba demasiado pronto y vuelta a empezar.

Pero en términos biológicos lo que tenemos es mucho más sencillo: esfuerzo sin recompensa.

La sociedad industrial es un mecanismo enorme dedicado a separar esas dos cosas que tan naturalmente van unidas.

De ahí que Huxley ideara el soma para su mundo feliz, en forma de sucedáneo, de sustitutivo de aquello extraído. La explotación del hombre por el hombre (Marx). No sorprende el aumento de consumo de antidepresivos.

De poder para dirigir los esfuerzos de ese trabajo ya ni hablamos. Quienes determinan el trabajo a realizar en la sociedad, al final, son quienes lo financian, antes incluso de quienes lo demandan.

Porque el que lo financia pone el dinero antes y el que lo demanda pone el dinero después.

Es la oferta al final la que determina la demanda porque sólo se puede escoger entre lo ofertado. Cuando sólo había dos canales de televisión, podías ver uno, el otro o ninguno. Y ya puedes pedir misa, que no depende del que pide que sus plegarias sean atendidas.

Y la verdad es que después sí hubieron más canales donde aparentemente escoger, pero la realidad más inmediata es que en su momento terminabas viendo el uno o el otro. El resto está por ver. Pero eso ya es otra historia.

También los resultados de tensionar en exceso ese mecanismo biológico son de sobras conocidos:

Desmotivación, adicciones, depresión, aislamiento, ira, y toda una serie de alteraciones mentales hasta terminar suicidio. Algo similar a los trastornos que experimentan los animales en cautividad.

Sucede que no es una cautividad tan evidente como la de unas rejas, ni siquiera un cristal: las personas transitan por la vida envueltas en su propia celda-burbuja, invisible y etérea, de horarios, obligaciones, deudas, carencias y precariedad.

Y no es que los esfuerzos hayan dejado de producir recompensa, por supuesto. Es que ésta se ve disociada del trabajo que la genera en favor de unas élites extractivas, ese hombre que es lobo para el hombre según Hobbes, que ni siquiera parece que sepan el rumbo por el que llevan el timón del mundo.

Más bien parece que una cultura mucho más represiva haya dejado paso a un cierto hedonismo carente de cualquier tipo de ética y que esas élites se hallen en cubierta celebrando el éxito de su estafa mientras el navío tiene todos los números para acabar hecho astillas contra las rocas. Que no deje de sonar la música.