Dos sentimientos inherentes al poder nunca fallan en producir esta desmoralización; estos son: el desprecio por las masas y la sobreestimación de los méritos propios. “Las masas,” una persona se dice a sí misma, “reconociendo su incapacidad de gobernar por su propia cuenta, me han elegido a mí como su jefe. Mediante ese acto han proclamado públicamente su inferioridad y mi superioridad. Entre esta multitud de personas, reconociendo difícilmente algún igual a mí, solo yo soy capaz de dirigir los asuntos públicos. El pueblo tiene necesidad de ...
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