Hoy en día, a cualquier militar le meterían un tremendo puro administrativo si le pillasen drogado estando de servicio. En cambio, a los soldados del Tercer Reich no sólo no se les castigaba, si no que el Ejército alemán era el camello del barrio. A finales de los años 30, cualquiera en Alemania podía acercarse a la farmacia de la esquina a por un bote de anfetaminas con las que hacer más llevaderos los interminables discursos radiados del tito Adolf. La vitamina para adultos se llamaba Pervitín, un vigorizante fabricado por Temmler Werke.
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