Ni la fibra óptica, ni Slack, ni el auge de la venta de portátiles y convertibles frente a los ordenadores de sobremesa. Nada ha impulsado tanto el teletrabajo como una pandemia mundial. O lo que es lo mismo: el teletrabajo tomó su gran impulso cuando no quedaba otra. Lo que parece utópico es pensar que tras esta experiencia forzosa las cosas vayan a seguir igual que antes cuando se vaya retomando cierta normalidad. Demasiadas oportunidades como para pensar de nuevo en el presencialismo puro.
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