En los márgenes de la literatura, extramuros de la convención social, alejados de la ortodoxia de escribas dóciles, a lo largo de la historia han ido apareciendo escritores para los que el epígrafe "escritor" se les quedaba pequeño. Más que escritores eran personajes abradacabrantes, superescritores. Personajes de sus propias obras. Hombres y mujeres que han dado más vueltas alrededor del sol de lo que decreta su DNI biológico. Sus obras, también, son como jeringuillas en el patio de un jardín de infancia.
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