Cuenta la leyenda que todos los años, al llegar la primavera, Pedro Pidal acudía a la explanada del Pozo de la Oración, situada entre las poblaciones cabraliegas de Poo y Carreña, y se detenía a observar la inmensa mole de caliza que, allá a lo lejos, interrumpía el discurrir del horizonte y atravesaba las nubes con una implacable osadía vertical. Se dice que al hombre —hemos de imaginarnos a un tipo, si no anciano, sí entrado ya en años, consciente de que cada vez iba a dejando a sus espaldas más tiempo del que le quedaba por vivir— se le emp
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