Lo que sucede con las humanidades en la segunda enseñanza puede parangonarse con la guinda que corona una tarta. Desde un punto de vista estético es imprescindible, y a todos nos parecería que, sin ella, la tarta estaría incompleta. Pero, a la hora de partirla, los comensales van declinando cortésmente la posibilidad de ingerir la guinda hasta que esta, al final de la velada, languidece esperando que alguien se acuerde de ella.
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