La primera imagen de la visita de Benedicto XVI a España resultó definitiva, insuperable, inolvidable: una princesa plebeya divorciada doblando ceremoniosamente el espinazo ante un Papa que acababa de comparar el “laicismo agresivo” de la España actual con el anticlericalismo de la República. ¿Quedaba claro que todo era un cachondeo, una pantomima, un circo?
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