Si uno contemplara en un bar de carretera una discusión entre dos personas que contuviera la mitad de insultos que se pueden profesar dos invitados en Sálvame Deluxe -que, por otro lado, es lo más parecido que existe a un antro adornado con neones rojos-, huiría despavorido. Sin embargo, visto desde el otro lado de la pantalla, el incidente no sólo no nos asusta, sino que, además, nos resulta particularmente atractivo. ¿Por qué?
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