El 4 de febrero de 1975, quince teatros madrileños anunciaron en sus fachadas la suspensión de las funciones ante el paro de los cómicos, hartos de que se incumpliera su Ordenanza Laboral publicada tres años antes. En la España convulsa, que contenía la respiración cada vez que se hablaba de la salud del Caudillo, esta actitud de los actores causó sorpresa e indignación entre la sociedad, poco acostumbrada a los plantes y medidas radicales. Pero es que, fruto de su eterna desconsideración social, los profesionales del teatro eran unos parias.
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