Pocas semanas antes de que la activista por los derechos humanos Natalia Estemírova fuera secuestrada en su domicilio de Grozni y asesinada por un escuadrón de la muerte, el propio presidente checheno, Ramzan Kadírov, le había dicho en privado: “Es cierto que tengo las manos manchadas de sangre, y no me avergüenza. He matado, y seguiré matando a los malos”.
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