«Era bastante raro. Lo normal cuando te cruzabas con él es que no saludara, pero otras veces lo hacía efusivamente. Unas veces, cuando se levantaba, subía y bajaba las persianas durante diez minutos sin sentido; otras, subía la música a tope y se ponía a cantar. Le he visto hablar solo en la piscina, y un día sacó una abeja del agua mientras le gritaba: No te preocupes, que yo te salvo».
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