El emperador Carlos V lo prohibió de forma expresa: en su flota de guerra no debían "embarcar mujeres y gente inútil". La mar era dominio de los hombres y oficialmente no se permitía la subida a las naos de féminas "públicas y privadas". No obstante, como recoge la historiadora Magdalena de Pazzis en su obra Tercios del mar (La Esfera de los Libros), estas medidas fueron aplicadas con relajación: hubo féminas "enamoradas" que tomaron parte en la batalla de Lepanto o en la Gran Armada de 1588, como María la Bailadora.
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