Desde los años ochenta y noventa, y a causa de las tendencias en candentes en estas décadas en el campo de la psicología, se ha colado una vertiente más utópica que tiene como objetivo sagrado lo siguiente: debemos hacer todo lo posible para que el niño tenga la mejor de las autoestimas. Como veremos, treinta años después las consecuencias han sido inesperadas y, en muchos sentidos, perniciosas.
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