La cuestión es que pisar Singapur fue una experiencia desde el momento en que bajé del avión. Ya no es que su aeropuerto tenga más moqueta de la que un detector de ácaros podría establecer como recomendable, sino que la mayor parte del país está como si lo hubiesen inaugurado la semana pasada. Todo en su sitio, todo cuidado, todo en buen estado. Nada de chicles. Está prohibido vender chicle. Para los no fumadores, Singapur es lo más parecido al paraíso.
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