«No puedo vivir en el Palacio Apostólico, simplemente por motivos mentales. Me haría daño. Al principio parecía una cosa extraña, me pedí quedarme aquí, en Santa Marta. Y esto me hace bien, porque me siento libre. Como en el comedor en donde comen todos. Y cuando llego temprano como con los empleados. Encuentro a la gente, la saludo, y esto hace que la jaula de oro no sea tanto una jaula. Pero me falta la calle».
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