Hoy hasta el cántico deportivo “Yo soy español” es sospechoso de facherío recalcitrante y solo puede entonarse -con precauciones- en las finales de la Selección Española, cuando ya la euforia pelotera desborda el puchero de lo políticamente correcto y todo da igual. Pero no hace tanto, en los años 80, las canciones que entonábamos los colegiales en los recreos harían palidecer y echar espuma por las orejas a los pedagogos de la nueva ingeniería social. Nada era tan visceral como sonaba ni tan relevante como podría parecer.
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