Él la invitó a vodka. Hablaron. “Me gusta tu cara, llena de cicatrices”. Charles estaba muy borracho. No le dijo que las cicatrices se debían al peor caso de acné de todo los Estados Unidos de entreguerras. Le dijo, en cambio, que le iba a follar, que le metería la polla por todos los agujeros de su cuerpo. Ella sonreía. “¿Vamos a tu casa?”. “Cuando cierren el bar”. Esa noche, un hombre con la cara marcada y la mujer más gorda del mundo caminaron por las calles de Filadelfia, rumbo al cuarto de una pensión con cucarachas...
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