El tiempo juega en contra de Marina. A sus 86 años, ve cómo pasan los días sin que llegue una solución a un problema que le quita más el sueño que su maltrecha cadera. “¿Qué será de mí cuando se me acabe el dinero?”, se pregunta torpemente la octogenaria. Vive en una residencia privada pagando 1.700 euros al mes a falta de que la Administración le gestione una plaza concertada, y sus ahorros de toda una vida marcada por la austeridad están próximos a acabarse. “¿Qué va a pasar cuando se acabe?”, insiste.
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