Poner un nombre a un producto no es tarea fácil. De hecho el naming, que es como se llama esta disciplina del branding, es uno de los procesos más delicados: mientras un logo se puede retocar, modernizar o cambiar, un nombre es más permanente: no es de extrañar que digamos que algo ha cambiado de marca cuando cambia de nombre. Y además es uno de los procesos menos agradecidos: cuando se hace bien y se encuentra el nombre perfecto, el público cree que es el obvio.
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