Las células T de la sangre, que indican la capacidad de nuestro sistema inmunitario para combatir las infecciones, estaban al mismo nivel en estos octogenarios deportistas que en alguien de 20 años. También se comprobó que estos deportistas aficionados no perdían masa muscular ni fuerza, ni ganaban grasa corporal, que son los síntomas habituales del envejecimiento. Algunos de los voluntarios jubilados tenían los niveles de colesterol y de grasa corporal de alguien 60 años más joven. Si el deporte fuera una pastilla, todo el mundo la tomaría.
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