Dejar de fumar es fácil. Facilísimo. Sólo hace falta una voluntad de acero como por ejemplo la mía. De hecho, para demostrar a toda esa panda de débiles y cobardes fumadores lo simple que es reunir un poco de fuerza y dejar a un lado el feo y maloliente vicio del tabaco, dejé de fumar hace un par de meses. Sin más. Sin parches, ni chicles, ni heroína. Me compré el último paquete de cigarrillos, salí a la calle, lo alcé y grité: "¡No podrás conmigo, maldito!" Lo estrujé entre mis dedos y lo tiré a una papelera. Mientras tanto ...
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